Kyoto: Ginkaku-ji y Museo del Manga

La parte final de un viaje largo tiene, en ocasiones, más de recuperar cosas que dejaste de ver por el camino que de grandes descubrimientos en sí. En el caso de la recta final de nuestro viaje, así fue. En Kyoto nos habíamos dejado muchas cosas que descubrir y a ello dedicamos la última etapa de nuestro trayecto antes de la guinda final de Tokio.

Tras nuestro paso por Osaka habíamos dormido ya dos noches en Kyoto sin sacarle demasiado provecho a la ciudad –bien porque llegamos tarde el día que dedicamos a Osaka, o bien por el tremendo cansancio que traíamos tras nuestro paso por Takayama-. Digamos que aquellos días los aprovechamos sólo para cenar en un par de galerías de restaurantes variados en la zona de la estación de ferrocarril. El primero, en una de las plantas superiores de los grandes almacenes Yodobashi y, el segundo, en los dos pisos de galería de restaurantes que se encuentran en la parte más alta del moderno edificio de la estación de ferrocarril, justo encima de las plantas dedicadas a los grandes almacenes Isetan.

Nos habían avisado de que Kyoto no era la ciudad más animada de Japón –más bien destaca por no serlo-, así que no nos quedamos decepcionados en ese sentido. Pero tampoco quiere decir que, en los caminos que recorrimos, no nos encontráramos ningún bar o restaurante agradable. Nos llamó la atención, eso sí, que los establecimientos hosteleros cerraran bastante antes que en ciudades como Tokio u Osaka, pero tampoco se visita Kyoto por su gran vida nocturna, con lo que da un poco igual. Sólo la zona de Gion, al este del río Kamo, tiene algo más de movimiento nocturno, pero nada comparable con otras ciudades.

La estación de tren de Kyoto

Nos sorprendió muy gratamente en esas pequeñas excursiones para cenar, el modernísimo edificio de la estación de tren de Kyoto; especialmente como en uno de sus lados –el que da a la plaza donde está la parada principal de los autobuses y se encuentra más cerca de la entrada a los almacenes Isetan- dentro de una de sus galerías interiores se abrían unas enormes escaleras, casi como si se tratara de gradas, hasta la parte alta del edificio. Durante el recorrido hasta la parte más alta, bien a pie o bien por las escaleras mecánicas, no pudimos menos de detenernos en varias ocasiones para contemplar el impresionante aspecto del edificio mientras íbamos subiendo.

En la parte más alta se encuentra el acceso a la galería de restaurantes –de todo tipo y precio- y, sobre todo, un mirador con vistas de toda la ciudad. A diferencia de Tokio u Osaka, Kyoto no destaca- precisamente- por ser una ciudad que tenga vistas impresionantes desde lo alto, sino que sus edificios son más bien pequeños. Quizá desde la Torre de Kyoto y algo más alta que el edificio de la estación, cercana también a la estación, podamos distinguir durante el día las siluetas de algunos de los monumentos principales del centro, como el Castillo o el antiguo Palacio, pero la ciudad desde lo alto, especialmente de noche, no da mucho de sí.

Eso no quiere decir que el mirador del último piso de la estación –al que se accede gratuitamente- no sea un lugar agradable para subir y relajarse un poco. Es cierto que, de noche, cuando nosotros lo visitamos, los bancos que había entre sus pequeños jardines estaban monopolizados por parejas de jóvenes locales y sus muestras de afecto, pero eso no impide que el visitante pueda darse una vuelta por el lugar.

El mercadillo y el templo Ginkaku-ji

Habíamos dedicado el primer día de nuestra visita a Kyoto a los templos y aún nos quedaban unos cuantos por ver. Como ya habíamos apuntado en el artículo sobre nuestro primer día en Kyoto, la ciudad es extensa y los monumentos están bastante dispersos, así que –esta vez sí- pagamos los 500 yenes del billete de autobús diario para evitarnos así las caminatas de la primera visita.

Tuvimos un curioso encuentro en la estación de ferrocarril con unos colegiales japoneses que estuvieron practicando inglés con nosotros jugando al piedra, papel o tijera y, tras la anécdota del día, nos pusimos en camino.

Teníamos tres o cuatro templos más anotados en nuestra hoja de ruta para el día, pero al final no pasamos del primero y único: el de Ginkaku-ji, al noreste de la ciudad. La culpa de todo la tuvo coincidir con un mercadillo que había en la explanada vecina al templo de Chion-ji y del que nos avisaron en la recepción del albergue. Tuvimos suerte. El mercadillo sólo se celebra el día 15 de cada mes y, dada la enorme cantidad de gente que se movía por los estrechos pasillos que quedaban entre los tenderetes, vimos que era bastante popular y de productos bastante heterogéneos, con la artesanía local como principal atracción.

Mercadillo Kyoto

Mercadillo en Kyoto

Desde allí teníamos aún unas manzanas en autobús hasta llegar al templo de Ginkaku-ji –también conocido como el Pabellón de Plata-. Pese al gran movimiento turístico a su alrededor, no se diferenciaba mucho de los templos como Kinkaku-ji o Ryoan-ji que habíamos visitado el primer día. Un edificio central, con un lago alrededor y un jardín zen rodeados de naturaleza. Nos llamó tremendamente la atención el detalle con el que habían cuidado y construido el jardín de arena rastrillada, con una altura de unos cincuenta centímetros sobre el nivel del suelo. Resulta difícil imaginarse lo duro que habrá tenido que trabajar el jardinero para alcanzar tal nivel de detalle en su creación.

Kyoto

Templo Ginkaku-ji, en Kyoto

No obstante, sí que me pareció un lugar algo más recogido y especial que los otros dos, quizá por la proximidad de la ladera de la colina que rodeaba al templo y que permitía que la naturaleza de su alrededor pareciera algo más salvaje que los calculadísimos y cuidadísimos jardines de los otros dos.

Y aquí se acabó nuestro periplo de templos en Kyoto, porque de allí nos fuimos al centro a comer y a recorrer los edificios civiles: el Palacio y el Castillo Nijo, además de permitirnos una extravagancia: visitar el Museo Internacional del Manga de Kyoto.

Para comer, compramos una pequeña fiambrera con «sushi» que –con un poco de imaginación- quisimos pensar que era el típico de Kyoto. Habíamos leído que, como Kyoto no es una ciudad costera, no era habitual antiguamente que hubiera pescado fresco para el sushi, por lo que se utilizaban pescado seco o verduras. Y sí que es verdad que varios de los makis de aquella bandeja de plástico que comimos estaban rellenos de verduras en vez de pescado.

El Palacio Imperial de Kyoto está situado en mitad de un enorme jardín en el centro de la ciudad. Realmente, sólo se puede visitar pidiendo un tour organizado a la agencia responsable del mantenimiento del patrimonio imperial, por lo que no pudimos visitarlo ni acceder a él. Nos quedamos rodeando la muralla y viendo alguna de las puertas de acceso, lo que tampoco nos aportó demasiado. El jardín es muy tranquilo y supongo que será ideal para un día de verano, pero el Palacio, cerrado, no aporta mucho interés.

Museo del Manga de Kyoto

Desde allí fuimos caminando unas pocas manzanas al sur hasta la curiosidad del día: el Museo Internacional del Manga de Kyoto. Sonaba muy bien para nosotros- curiosos, pero no expertos en este tipo de cómics-, pero la verdad es que resultó una de nuestras visitas más decepcionantes de nuestro recorrido por Japón. Es cierto que el edificio no es feo, pero en lugar de una gran muestra sobre la historia y curiosidades del manga, lo que nos encontramos fue, básicamente, con una enorme biblioteca de volúmenes de manga que los visitantes del museo cogían a su antojo para acomodarse después en alguna de las salas o bancos del mismo y quedarse leyéndolos durante horas.

Manga Museum Kyoto

Museo Internacional del Manga, en Kyoto

Es cierto que el museo había hecho un pequeño esfuerzo para poder llamarse a sí mismo “internacional” recopilando volúmenes de manga en diferentes idiomas. Pude encontrar y hojear, por ejemplo, varios ejemplares en español de la popular Dragonball o el que dio origen a la popular serie de dibujos animados “Campeones”- que en su versión de cómic se tradujo al español como Capitán Tsubasa-, con la peculiaridad para los no familiarizados de que el cómic se abre con el canto al lado derecho, con lo que la última página sería en realidad la primera.

Sin embargo, para los que buscábamos saber algo más sobre lo que era el manga y qué podía aportarnos, el interés se centraba sólo en un espacio reducido en el centro de la sala de lectura principal del segundo piso, donde se apiñaban miles de ejemplares de manga en japonés ordenados cronológicamente. Supongo que sería un paraíso para los iniciados –especialmente para aquellos que entienden el suficiente japonés para leerlos-, pero a nosotros nos dejó un poco fríos.

Y, finalmente, acabamos el día de expedición ya casi al atardecer en el Castillo Nijo, construido a comienzos del siglo XVII y que, con sus agradables edificios y jardines, puso un más que digno punto final a nuestro paso por Kyoto, una ciudad en la que fue imposible de disfrutar todo su patrimonio, pero que nos dejó una bonita impresión monumental.

Lo que nos quedó por visitar en Kyoto

En Kyoto me quedó la sensación de que se me quedaron multitud de cosas interesantes por ver, entre ellas varios templos y algunas curiosidades típicas. No se puede hacer mucho más en apenas dos días, así que no cabe lamentarse por ello, pero sí que me gustaría enumerar algunas experiencias que nosotros no pudimos vivir, pero que quizá a otras personas les resulten más que interesantes.

Entre los templos, hubo tres que se quedaron en nuestra lista de visitas pendientes. El Daikaku-ji, en el noroeste de la ciudad; el Kiyomizu-dera, en el este; y el Nishi-Honga-ji, en el centro de la ciudad, relativamente cerca de la estación de ferrocarril. En realidad, casi toda la zona este de la ciudad de Kyoto está llena de templos o monasterios, con el ya visitado Ginkaku-ji, el de Kiyomizu-dera y- ya más al sur- el monasterio de Fushimi Inari.

Sentí especialmente no poder acercarme por el templo de Kiyomizu-dera, situado en el Monte Kiyomizu, en una zona verde con excelentes vistas de la ciudad. Por lo que leo, es un templo de madera construido originalmente en el siglo VIII y reconstruido en el XVII, en cuya construcción no se utilizó un solo clavo. Junto a él hay una catarata a cuyo agua se le atribuyen propiedades de cumplir deseos. Wikipedia me sopla también que hay otras supersticiones, como la ya extinguida de saltar desde 13 metros de altura que condecía un deseo a los que sobrevivían o la de cruzar entre dos piedras con los ojos cerrados, que dicen que proporciona amor verdadero.

Con respecto a Fushimi Inari, os dejo este enlace de El Rincón de Sele (a quien tengo que agradecerle el consejo, pese a que no haya podido visitarlo) que lo describe muy bien. Se trata de un monasterio alrededor del cual se han instalado miles de toriis (puertas) de color rojo brillante donadas por hombres de negocios que piden fortuna y ayuda a Inari –el protector de los negocios-. Podemos internarnos por auténticos pasillos formados por decenas de puertas en la montaña vecina. No está demasiado lejos del centro, pero hay que tomar el tren de cercanías.

Es también una experiencia típica de Kyoto la de ir en busca de geishas, o sus aprendices conocidas como maiko, en el barrio de Gion. Ni se nos ocurra identificar estos términos con prostitución o ideas similares. Las geishas se dedican únicamente a labores de entretenimiento de las personas a su cargo como bailes, canciones o narraciones, así como de servirles en alguna necesidad puntual que puedan tener durante el periodo que les acompañan. En Kyoto, la verdad, se mantiene esta tradición arraigada, si bien es cierto que, en los últimos años, las geishas y –sobre todo- las maiko, participan sobre todo en espectáculos de baile y cenas en restaurantes para turistas, que es la manera más rápida de coincidir con ellas. Cabe la posibilidad, también, de que si tenemos amigos japoneses que conozcan a alguna, nos la presenten de un modo más formal.

Kyoto

Mujeres con kimonos típicos en Kyoto

Las más atrevidas cuentan también con la posibilidad de vivir la experiencia geisha desde otro punto de vista: vestirse y maquillarse como tal para tomar fotografías. Hay estudios en la zona de Gion especializados en ello. Nos comentan que es un capricho caro, pero que quizá alguien quiera darse como homenaje.

Y, finalmente, también me hubiera gustado ver dos lugares curiosos: el Parque de los Monos de Iwatayama, donde puedes acercarte a ellos y darles de comer (aunque convenientemente protegido, porque los monos suelen tener, en general y no sólo aquí, muy mal carácter); y también –como buen aficionado a los trenes- el Museo de Locomotoras de Vapor de Umekoji con sus 19 locomotoras.

En el fondo, me fui de Kyoto con la impresión de que hubiera necesitado casi una semana entera para conocer todos los lugares interesantes de la ciudad y sus alrededores. No obstante, hay que darse cuenta de que el tiempo no sobra y darse por contento con lo que habíamos visto.

Nos esperaba la última etapa del viaje, la vuelta a Tokio y las últimas horas del viaje, con el mercado de pescado de Tsukiji como máxima atracción. Aunque, claro está, la visita tenía truco y requería una solución insólita.

 

2 Responses to “Kyoto: Ginkaku-ji y Museo del Manga”

  1. Hola Rubén!

    Qué ilusión me ha hecho que te hayas acordado de mí. Para la próxima vez ya sabes que Fushimi Inari es una cita obligada.

    Me encanta Japón y veo en tus posts que lo has disfrutado a lo grande.

    Feliz año y un fuerte abrazo,

    Sele