La ciudad de Setúbal no es, turísticamente hablando, una de las más famosas de Portugal. Sin embargo, es la puerta para acceder a la Península de Troia, una pequeña lengua de terreno que separa el estuario del río Sado y el Océano Atlántico y que ofrece algunas excepcionales posibilidades de playa.
Setúbal, la verdad, no tiene mucho que ofrecer. No está lejos de Lisboa -una hora de transporte público, cruzando el puente 25 de Abril- y es el punto de referencia de una zona bastante industrial -que acoge a la mayor fábrica de automóviles de Portugal-, aunque como otras muchas zonas portuguesas tiene un centro histórico peatonal adoquinado agradable para pasear por él cuando sus tiendas están abiertas y tiene cierta animación comercial. Como curiosidad para los futboleros, podemos decir también que Setúbal es la ciudad natal del famoso entrenador José Mourinho.
Sin embargo, pese a que Setúbal no tiene demasiadas cosas que ver, hay algunos lugares de interés en sus alrededores. La Sierra da Arrábida– que esconde rincones turísticos como el pueblo costero de Sesimbra- se encuentra a pocos kilómetros y el estuario del río Sado, en el que se encuentra la ciudad, cuenta con la presencia frecuente de delfines que se dejan ver con frecuencia para regocijo de los visitantes.
Y, claro, Setúbal es también la puerta a la Península de Troia y sus fantásticas playas.
Península de Troia
Tuve mi primer contacto con la Península de Troia durante el año 2005, cuando estaba residiendo en Lisboa. En aquellos tiempos, lo que más llamaba la atención eran los esqueletos de las torres de Troia, dos grandes hoteles que fueron derribados poco tiempo después para dejar paso a una serie de lujosas construcciones modernas que marcan la arquitectura de la Península de Troia tal y como la conocemos hoy.
En aquel momento, la Península de Troia no era tanto un destino en sí mismo, pese a que las playas eran muy turísticas, sino más bien un punto de paso para ir a las playas del Alentejo y la Costa Vicentina. La autopista de Lisboa al Algarve atraviesa el Alentejo a cierta distancia de la costa, por lo que- para ir a ciertas playas del sur del distrito de Setúbal y del norte de Évora- el camino más directo es embarcar el coche en el ferry Setúbal Troia y conducir desde allí hasta el sur. En el verano, las colas de vehículos para el regreso en el ferry de la Península de Troia solían alargarse durante horas.
Hoy, las cosas han cambiado notablemente en la Península de Troia. Los esqueletos de los antiguos bloques de cemento cayeron y dejaron paso a las empresas constructoras que edificaron hoteles, apartamentos de lujo, un puerto deportivo y hasta un centro de congresos con casino anexo para convertir lo que era un paraíso natural en un atractivo lugar para el turismo de lujo.
Al norte, en el extremo de la Península de Troia, quedaron las playas: una de ellas, algo más pequeña, en el lado del río Sado con Setúbal y la Sierra da Arrábida en el horizonte y otra, enorme, en el lado del Océano Atlántico. De una a otra se puede caminar siguiendo la línea de arena fina y blanca que las comunica junto al agua.
Pese a que el atractivo de la naturaleza salvaje de antes se ha perdido con las nuevas construcciones de la Península de Troia -que levantan ampollas entre muchos colectivos ecologistas y ciudadanos de la región de Setúbal- y que la ilusión del picnic ha quedado ensegundo plano, oculta por los restaurantes de moda recién abiertos junto al puerto deportivo, las playas de Troia siguen siendo excepcionales, especialmente la que da al Atlántico, que extiende su lengua de arena blanca durante kilómetros y kilómetros.
A la antiguo ferry Setúbal – Troia de coches le han pintado de un color verde chillón y le han añadido una línea complementaria de catamarán para llevar sólo a pasajeros en un trayecto de 15 minutos por el río Sado que cuesta 2,50 euros y que, de vez en cuando, nos da la sorpresa de algún delfín que se digna en dejarse ver.
Quedo contento de la visita a la Península de Troia. Iba a por playas y encontré playas. Iba a pasar un día al sol en un paraje geográficamente muy interesante y también lo conseguí. Pero no pude por menos de quedarme un poco frío ante las nuevas construcciones que han reducido el potencial natural de la zona para convertir parte del mismo en un complejo residencial totalmente impersonal.
La visita merece la pena, pero me queda el regusto agridulce de que la planificación turística de la Península de Troia podía haberse hecho de un modo algo más sostenible para el entorno. No estamos hablando de zonas urbanizadas hace cuarenta o cincuenta años, sino de un entorno totalmente rehabilitado hace menos de una década.
Pues muchas gracias por el artículo porque la semana que viene viajo a Setubal por trabajo y algo de tiempo tendré para ver algo de la ciudad