Ten cuidado si hablas en español en el extranjero. Pueden entenderte

Cuando salimos al extranjero con amigos que hablan nuestro idioma, a veces nos descuidamos y -pensando que nadie a nuestro alrededor lo habla- decimos cosas que puede que no fueran muy bien recibidas por quienes nos rodean si pudieran entendernos. El problema es que, algunas veces, nos entienden y nos llevan a vivir un momento «tierra trágame».

El mío llegó hace unos años en Bratislava, la capital de Eslovaquia. Nos habíamos reunido allí un grupo de amigos españoles que trabajábamos en diversos países de Europa y, después de haber dedicado la mañana a callejear por la ciudad, decidimos que queríamos pegarnos una buena juerga por la noche, salir a cenar y luego… lo que surgiera hasta que nos echaran del último sitio.

Fuimos a pedirle recomendaciones de lugares por los que salir a la recepcionista del albergue y nos habló de un par de sitios como el Circus Barok, un barco discoteca a orillas del Danubio que, al final, resultó ser lo mejor de la noche. Un amigo nos había recomendado acabar la noche en la discoteca Laverna y, cuando vimos la cara que ponía la recepcionista del albergue, nos dimos cuenta de que -además de amigo, aquel que nos lo recomendó era todo un golfo-.

Nuestro momento «tierra trágame» llegó justo después, cuando salimos por la puerta del albergue a comernos la noche de Bratislava. Justo delante de nosotros iban dos chicas jóvenes. Evidentemente, dada la composición del grupo y las ganas de fiesta, surgió rápidamente un interesante debate sobre el porte, el garbo, el salero y lo que no era ni el porte, ni el garbo, ni el salero, de ambas señoritas. Evidentemente, en el idioma de Cervantes y -como buenos españoles en el extranjero- sin ahorrar en decibelios.

Como caminábamos un poco más rápido que ellas, llegó un momento en que las adelantamos sin dejar por ello de comentar sobre sus virtudes y atributos. Diez metros después, las palabras que nos helaron la sangre: «¿Sois españoles?», con un casi imperceptible acento del Este de Europa.

Congelados, nos miramos entre los cuatro y nos giramos con parsimonia, acordándonos de nuestra suerte, y emprendimos una amable conversación. Nuestras nuevas amigas no parecían estar muy enfadadas -aún no sé si porque les gustaron los términos piropescos que les habíamos lanzado inconscientemente o porque no fueron capaces de comprender el argot más impúdico de la misma- y comenzamos a hablar animadamente de sus estudios de español y lo que podíamos encontrar en Bratislava.

Es más, como se recomienda en tiempos de crisis, intentamos convertir la crisis en oportunidad y aprovechamos la conversación para invitarlas a que nos acompañaran en nuestra ruta por la ciudad, con escasos resultados. No es el tema, pero por si a alguien le interesa; sí, acabamos en el Laverna, rodeados por dos grupos de británicos e italianos dándolo todo en sendas despedida de soltero.

Tierra trágame

El español es un idioma cada vez más hablado y comprendido en el mundo, por lo que no es extraño que esta situación se repita diariamente para miles de viajeros que podían haber estado más calladitos con la boca cerrada. Sólo lo rápido que hablamos en España o el uso de argot o términos demasiado coloquiales para que un estudiante extranjero los comprenda puede salvarnos de vivir un ridículo con una persona local.

Es más, escuchar de incógnito a los grupos de españoles de viaje se ha convertido en una gran diversión cuando viajo solo al extranjero y reconozco que- aunque me ha hecho ganar cierta fama de antisocial cuando doy por finalizada la sesión de espionaje y saludo a sus protagonistas después de haber estado sentado a su lado durante muchos minutos- he pasado momentos tanto divertidísimos como de gran indignación con sus palabras.

Los que van a China o a la India y se vuelven ultramísticos o echan pestes de todo son los más divertidos de escuchar. No soy capaz de saber si enviamos por el mundo a más discípulos de Miguel de la Quadra Salcedo o de Pitita Ridruejo, pero escuchar a un viajero en cualquiera de los dos modos resulta tan divertido que, en muchas ocasiones, optas por no decir que eres de su país para seguir disfrutando del espectáculo cómico hasta el final.

Los españoles de juerga -como fue nuestro caso en Bratislava- o los grupos de Erasmus, también pueden dar bastante vergüenza ajena cuando vas al extranjero si no vas en su mismo plan. Pero ellos ya han asumido su punto cómico y, además, te suelen invitar de buena gana a unirte a ellos si les saludas.

Y, luego, esas conversaciones de aeropuerto o esas mesas vecinas en los restaurantes donde se escucha de todo y hasta la gente se te queda mirando y comentando en voz alta con su vecino de asiento chorradas sobre tu maleta, tu ropa o tu ordenador. Por no hablar de esas conversaciones de móvil en el extranjero donde alguien describe lo que está viendo y haciendo, pero tú miras alrededor y lo que hay no se parece ni por asomo a la bravuconada que está contando.

A todos ellos me divierte mucho escucharles. Suelen ser un punto de humor en mis viajes.

¿Soy el único de mis lectores que lo hace?

 

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