Comenzamos nuestro recorrido por Tokio por la zona de Harajuku, a la que nos desplazamos en la línea Yamanote de tren de cercanías. Curiosamente, nuestra primera visita fue al parque Yoyogi, que no tenía nada que ver con lo que vimos en el resto de nuestra agitada primera mañana en Tokio. Un lugar de poblada vegetación, sin tráfico, con calma y con una amplia zona reservada a las actividades religiosas. Allí nos encontramos con el Meiji Jingu, el templo dedicado al espíritu del emperador Meiji y su esposa.
Curiosamente, en el el Meiji Jingu nos encontramos con varias bodas en las que los invitados seguían en dos filas al sacerdote y los novios en curiosas procesiones que se prolongaban por espacio de unos metros y que tenían su continuidad pocos minutos después con un fotógrafo intentando cuadrar una foto de familia en alguna de las esquinas del templo.
Takeshita Dori, la calle principal de Harajuku
Pero el barrio de Harajuku, al otro lado de la vía férrea, es conocido también por ser un centro de moda y atracción para jóvenes de estéticas peculiares. Ya desde la salida de la estación del ferrocarril de Harajuku nos encontramos con adolescentes recorriendo la zona, que tiene como máxima expresión la pequeña calle Takeshita Dori, peatonal, abarrotada de paseantes y de tiendas de moda que abren sus escaparates a la calle vendiendo ropa y complementos de todo tipo.
Es cierto que nos habían dicho que era una zona frecuentada por personas con una estética alternativa, pero -al final- apenas nos encontramos unos pocos individuos disfrazados, aunque sí que en Harajuku coincidimos con muchísimas adolescentes vestidas y maquilladas de modo muy llamativo.
Ha sido una de las constantes del día, si bien ha sido en Harajuku donde hemos podido apreciarlo con mayor claridad: Las mujeres cuidadosamente maquilladas, muchas de ellas con un estilo muy personal, con ropa de vivos colores o tacones altísimos para conformar un estilo al que no estamos acostumbrados en España, que hacía que algunas de ellas destacaran sobre las enormes masas de personas que nos hemos encontrado por el camino.
En Harajuku nos hemos encontrado también muestras de la vida comercial que hemos visto en el resto de Tokio, con muchos vendedores en la puerta de la tienda, promocionando a gritos su mercancía entre los paseantes de la calle. Como charlatanes de feria, se lanzaban a la calle para poner lo mejor de sí para captar un cliente. Algunos subidos a los mostradores o, incluso, a escaleras plegables, otros utilizando micrófonos para amplificar su voz. Todos ellos dirigiéndote la palabra constantemente, sin dudar de tu nula capacidad para entender lo que te están diciendo. Todo un espectáculo.
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