Es un tema que levanta ampollas, pero que tiene más seguidores y más vertientes de los que parece. Alimentados por el morbo, la curiosidad o la necesidad de obtener más información sobre un hecho, acontecimiento o fenómeno que les marcó, millones de personas se desplazan a escenarios de grandes tragedias, guerras y accidentes donde murieron muchas personas. En algunos casos se ha aceptado como parte de la historia y las visitas son aceptadas, apreciadas e- incluso- pueden tener un componente didáctico o de concienciación. En otros, la sensibilidad de la población local es tan fuerte que el viajero es recibido con recelo.
Éste año es un buen momento para plantearse la filosofía que hay detrás de este tipo de turismo, ya que se cumple el 25 aniversario de la explosión del reactor nuclear de la central de Chernobyl, en Ucrania, que provocó la mayor catástrofe medioambiental de Europa y costó la vida a miles de personas. Leíamos recientemente en un artículo de Foreign Policy que la zona más cercana al antiguo reactor nuclear- que llevaba años con un acceso restringido- tiene ya unos niveles de radiación tolerables para el visitante y que las excursiones, desaconsejadas hasta ahora, van a empezar a ser toleradas, promocionadas y convenientemente organizadas.
El caso de Chernobyl es especialmente interesante para los viajeros amantes de la historia más reciente, dadas las circunstancias políticas que se han dado en el país en las últimas décadas. Tras el accidente, la ciudad de Pripyat -una típica población soviética habitada principalmente por los trabajadores de la central nuclear- fue inmediatamente desalojada dejando sus casas y sus calles sin ningún tipo de modificación.
Después de 25 años, nos encontramos que el régimen soviético cayó y el país que albergaba la central ha dejado de ser la Unión Soviética para convertirse en Ucrania. Los símbolos, estructuras y urbanismo de la época comunista han sido sustituidos por los de la nueva época en todo el país… salvo en aquella franja de 30 kilómetros donde el acceso ha estado prohibido durante los últimos 25 años. Esto convierte a Pripyat en un auténtico museo de historia donde se ha congelado el tiempo en un día del año 1986.
¿Es el tiempo la diferencia entre historia y morbo?
El caso de Chernobyl puede parecer demasiado morboso a muchas personas, pero no deja de ser un fantástico museo de historia social. ¿Por qué a algunas personas les puede resultar moralmente reprochable visitarlo? ¿Qué diferencia hay con visitar Pompeya y Herculano, ciudades arrasadas por la erupción del Vesubio y centros turísticos importantísimos del sur de Italia, donde la erupción también conservó las ciudades tal y como estaban en el momento de producirse la misma?
El tiempo y la experiencia personal de quienes vivieron la catástrofe son dos de las variables que afectan a la percepción de este tipo de visitas. A nadie le produce ningún tipo de sentimiento cercano saber que un volcán cerca de Nápoles sepultó una ciudad en la Antigua Roma, pero sí que hay muchas personas que recuerdan la explosión de Chernobyl y sufrieron sus consecuencias. Algunos de ellos, muy tocados emocionalmente por la catástrofe, pueden reaccionar muy mal si aprecian superficialidad o falta de tacto por parte de los visitantes.
Otro de los factores que influye en la percepción de estos lugares y que, contrariamente a otros, hace que los visitantes sean muy bien recibidos, es la voluntad de convertir estos espacios en memoriales a las víctimas o como ejemplo de acontecimientos históricos que no deben ser repetidos. El ejemplo más claro de ello son los campos de concentración nazis como los de Auschwitz o Dachau, en los que se intenta reproducir toda la crudeza de las situaciones históricas que se vivieron en ello. Dentro de esta categoría, pueden incluirse también la mayor parte de los lugares históricos de guerras y batallas, aunque muchos de ellos son hoy simples paisajes donde no se puede apreciar, ni imaginar, la dimensión de los combates que se vivieron en ellos en el pasado. Es, por decirlo de alguna manera, una visión histórica y más edulcorada de la tragedia.
Una ciudad como Berlín, por ejemplo, representa muy bien el papel de ese turismo de catástrofe o de conflicto convertido en atracción histórica. A la hora de hablar del Muro, no se escatiman detalles sobre quiénes y cómo murieron al intentar atravesarlo y, en la parte Occidental, las ruinas de la Iglesia Memorial del Kaiser Guillermo II nos recuerdan los estragos de la II Guerra Mundial. A día de hoy, nadie considera las visitas a estos monumentos de Berlín como turismo de catástrofe, pero es cierto que algunos de los lugares de la ciudad fueron construidos para la represión o destruidos en batallas o bombardeos.
No es el único caso. Como ya citamos en un artículo anterior en este blog, Lonely Planet colocaba a Nueva York en cabeza de la clasificación de ciudades recomendadas para el año 2011 y centraba buena parte de su justificación en la inauguración del Memorial Nacional del 11 de Septiembre en la llamada Zona Cero de la ciudad, que sufrió los atentados contra el World Trade Center hace una década.
Sin embargo, en nuestra experiencia hay un lugar que destaca por lo contrario: por concienciar a quienes lo visitan del horror que allí se vivió en el pasado. Se trata de la ciudad japonesa de Hiroshima, asolada en 1945 por la primera bomba atómica de la historia, que consigue transmitir al visitarla todo el horror del que el paso del tiempo y la narración de la historia escrita en un papel parecen haberle aliviado. Nosotros la visitamos y narramos nuestra visita en el artículo Hiroshima: La ciudad de la primera bomba atómica.
Lugares para el turismo de catástrofes
El artículo de Foreign Policy anteriormente citado nos ofrece ejemplos de algunos lugares que hoy pueden ser considerados como centros de turismo de catástrofe. Aparte de la ya citada Chernobyl, entre ellos aparecían la región china de Sichuan -que sufrió un terremoto en 2008-, la planta de pesticidas de Union Carbide en la ciudad india de Bhopal– que generó en 1984 una nube tóxica que acabó con la vida de varios miles de personas- o el Atolón de Bikini -sede de pruebas nucleares de Estados Unidos en las décadas de los 40 y 50-.
Son algunos lugares, pero no los únicos. Las zonas afectadas por el tsunami de 2004 en Asia, el lugar donde asesinaron al presidente Kennedy en Dallas, lugares donde se produjeron brutales atentados terroristas como la estación de ferrocarril de Bolonia o graves accidentes de medios de transporte, son también atractivos para un determinado tipo de turista que suele llegar muy motivado por el acontencimiento en cuestión, muy bien informado y con mucha curiosidad.
No debería ser éticamente criticable visitar un lugar por el interés de conocer más sobre un determinado acontecimiento, por muy trágico que haya resultado, siempre que se conserve un mínimo de discreción, respeto por la población local y comprensión de las pérdidas que ésta haya podido sufrir.
Quizá todo se resuma en una palabra: tacto.
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