Estamos en la época del elogio del emprendedor. De todas partes nos llegan mensajes que nos animan a lanzar nuestro propio proyecto económico y casos de éxito de quienes han tocado el éxito en ese proceso de lanzarse al vacío de trabajar por tu cuenta. Todo son artículos con pasos para montar tu empresa, etapas en el crecimiento de tu negocio o tu proceso para alcanzar el éxito. Pero resulta paradójico que tantos te hablen de cómo será tu llegada a la cima y que tan pocos le dediquen unas líneas a contarte cómo puede ser el descenso a los infiernos de tener que cerrar tu negocio.
La crisis ha intensificado los sentimientos. El abrazo a la solución emprendedora -no todos tenemos las capacidades, ni la voluntad de ser empresarios- a veces es tan desproporcionado que nos deja sin aire y, por el otro lado, cada cierre de una actividad económica parece arrastrar consigo una tragedia social y personal inevitable -lo que no deja de ser cierto en muchos casos, pero que en otros es simplemente el final de un camino para emprender otro-.
Personalmente, estoy viviendo el duro proceso de tener que cerrar el negocio que me ha mantenido durante los últimos cuatro años y- aun viviéndolo de cerca y desde dentro- me gustaría aportar un punto de vista lo más racional posible de las etapas y procesos por los que he pasado durante estos meses, con la esperanza de que quizá puedan servir de apoyo a otras personas que, como yo, se encuentran inmersas y desorientadas en la agonía de su proyecto económico personal.
A qué me dedicaba
Como a muchos otros «emprendedores» (odio el uso indiscriminado de esta palabra), el negocio me vino a mí y no al revés. A mí no se me encendió la bombillita un día y me dije: «voy a montar un negocio», sino que todo vino de un proyecto personal que acabó creciendo mucho más allá de lo previsto. Todo comenzó hace 10 años, cuando trabajaba en Copenhague y tuve la oportunidad de presentar un proyecto personal al programa Capital Futuro de la Unión Europea. Hoy puede parecer difícil de creer, pero en aquel momento no había mucha información turística en español sobre la ciudad y la región del Oresund y mi hermano y yo decidimos aprovechar aquella ayuda económica para lanzar una web de información práctica de la zona para turistas y nuevos residentes. Nació así Copenhague.info.
No entraba en el plan ganar dinero con ella más que para mantener sus gastos de funcionamiento, ni ninguna otra intención que fuera más allá de un mero proyecto personal; pero, de repente, las cosas empezaron a funcionar sin buscarlo, llegaron las visitas, la gestión del posicionamiento y la publicidad cada día era mejor y aquel proyecto empezaba a dar pequeños beneficios.
Llegaron nuevas estancias de trabajo en el extranjero y el proyecto se fue replicando, primero con Voy a Lisboa y después con Voy a Dublín. Descubrí el concepto de economía de escala cuando me di cuenta de que mantener tres guías daba más trabajo y gastos que mantener una, pero no necesariamente el triple. Un día me hablaron de AdSense y los ingresos dejaron de ser anecdóticos para convertirse en considerables. Las páginas ocupaban posiciones altas en los buscadores para palabras clave importantes casi sin pretenderlo.
Descubrí entonces el concepto de externalización de contenidos. Busqué en mi círculo a personas que hubieran tenido experiencias parecidas a las mías y les contraté para que redactaran contenidos de un estilo similar, mientras yo me ocupaba de la gestión. Llegaron Bruselas, Nueva York… Cuando mi agenda ya no dio para más, tiré de las referencias de los becarios del ICEX, comunidad a la que pertenecí en su día, que sé cómo funciona, conozco bien y me depara habitualmente muy agradables sorpresas. Hice networking antes de conocer el propio concepto del networking.
Por aquel entonces tenía ya varias decenas de guías. Trabajaba a la vez por cuenta ajena, así que las jornadas se prolongaban durante 15 ó 16 horas. Salía del ordenador del trabajo para meterme en el ordenador de mi casa. Empezaba a elegir mis lugares de vacaciones según los destinos turísticos de los que quería hacer nuevas guías.
Llegó un momento en que el tiempo no dio para más y tuve que decidir entre mantener mi trabajo por cuenta ajena o lanzarme a la aventura. Hice lo segundo, aun suponiendo una pérdida económica en los primeros meses, y gané enormemente en calidad de vida y entusiasmo por mi trabajo. Alquilé un puesto en una oficina y empecé a viajar expresamente por Europa para escribir guías de ciudades. Todo lo pagaba yo, no pedía nada a nadie. Hasta que llegó el boom de los blogs de viajes e, incluso, me ofrecían los viajes gratuitamente.
Tenía una metodología de trabajo flexible, unos ingresos muy aceptables y era mi propio jefe. Trabajaba desde donde quería y los resultados no dejaban de ir a más. Pasé los peores años de la crisis sintiéndome casi avergonzado porque yo ingresaba más dinero que nunca. Compré decenas de dominios y tenía decenas de proyectos de nuevas ciudades y me fui a Canadá un año con planes de extender mi modelo a las ciudades de América del Norte.
El 24 de abril de 2012 noté una relevante caída de ingresos. Había llegado la actualización Penguin de Google, que castigó algunas de las palabras clave que más ingresos me proporcionaban. Fue un aviso, pero aún no preocupante. En aquel entonces no lo sabía. Aquel fue el primer paso del proceso de algo más de un año que acabó con el final de mi negocio.
Las diez etapas de la agonía de mi negocio
1.- Cambiar algo, para que todo siga igual
Penguin afectó a varios de mis dominios, mientras que otros salieron indemnes. Ni siquiera sabía lo que era. Los primeros días, algunos de ellos mostraron caídas importantes y lo primero que hice no fue pensar en los rankings de búsqueda. Piensas que el servidor puede haberse caído, que alguien haya entrado y hecho la gracia de modificarte la página, que algo se ha desconfigurado… Entras, lo ves todo bien, y sólo entonces haces una búsqueda «por si acaso viene de ahí la cosa». El primer día te preocupas, pero piensas que puede ser una modificación puntual. Sólo a partir del tercero o cuarto empiezas a tener dudas y empiezas a buscar información. Sólo entonces la realidad te pone cara a cara con el «pingüino».
Te resignas a que hay nuevas reglas en el tablero y buscas la manera de adaptarte a ellas. Sabes que no has hecho nada malo, aunque en los foros los beneficiados empiezan a hablar de los afectados como presuntos «tramposos» -no hay contenido oculto, no pagas a empresas que te ofrecen miles de enlaces, simplemente te has dado de alta en demasiados directorios y te has pasado optimizando tu gran palabra clave-. Por tanto, buscas integrar la técnica nueva dentro de tu estructura de negocio de siempre. En definitiva, cambiar algo, para que todo siga igual.
Tu vida no cambia mucho en esta etapa. Las modificaciones te obligan a pensar algo más y a tener algunas horas de trabajo más que antes. Te preocupa la caída, pero confías en que arreglando el fallo volverás al lugar de antes. Tus ingresos aún no han caído, así que tu estilo de vida y tus inversiones productivas no cambian. Reflexionas más sobre la importancia que tiene Google en tus ingresos y piensas que deberías buscar una forma de diversificarte. No te quita el sueño, ni te impide hacer cosas. En mi caso, seguí viviendo en Toronto y haciendo guías de viajes.
2.- Los cambios se hacen más profundos
Han pasado unos meses y sigues trabajando en recuperar posiciones, con poco éxito. La caída de visitantes e ingresos no sólo no se ha revertido, sino que avanza lentamente. Lo que has tocado no parece funcionar y te planteas que los cambios que tienes que hacer tienen que ser más profundos de lo que pensabas y llegar en algunos casos a la misma esencia de tu modelo de negocio. Empiezas a informarte con más ahínco y aplicarás todas las hipotéticas soluciones que te vayan planteando. Será el primer paso del auténtico máster en tu problema que harás en los próximos meses.
Empiezas a preocuparte de verdad, no tanto por los efectos en tus ingresos como por el hecho de que no ves un cambio de tendencia. Empiezas a sufrir la frustración de hacer cosas, trabajar mucho y no ver que tenga ningún efecto positivo. Abres tu mente a las posibilidades de cambio y las modificaciones en tu modelo de negocio empiezan a ser mayores de lo que inicialmente te planteabas.
Es en esta etapa cuando llegan los primeros síntomas del miedo. No obstante, aún no es el pánico lo que te hace más reservado, sino la carga de trabajo. Trabajas más, te formas más y dedicas más tiempo a experimentar. La solución al problema empieza a convertirse en un asunto personal al que le dedicas cada vez más horas y esfuerzo. Tus inversiones productivas se paran y algunos de los grandes proyectos vitales que conllevan gasto también se frenan. En tu entorno profesional empiezas a notar los efectos de los que se han visto más afectados que tú. Un día, el responsable de un pequeño directorio de intercambio de enlaces nos escribió a toda la base de datos un correo personal rogándonos quitar unos enlaces, para que una PYME pudiera recuperarse de una penalización de la que dependía el trabajo y los ingresos de seis familias.
3.- El rebote del gato muerto
En algún momento de la primera o la segunda etapa suele llegar un impulso inesperado. Quizá en forma de una mínima ganancia de posiciones, una mejora de las visitas o una subida de los ingresos. Es un rayo de esperanza y una válvula de escape de la presión. Por un momento sientes que te has recuperado y que volverán los viejos tiempos. Y es bueno, porque te sentirás doblemente feliz. Primero, porque sentirás que tu trabajo duro ha dado resultado y, segundo, porque piensas que volverás a tener tu vida laboral encarrilada.
Desgraciadamente, lo más habitual es que se trate sólo de una subida estacional, un artículo efímero y popular o una cuestión de suerte. Como el mínimo ascenso de un gato muerto que cae desde lo alto y rebota en el suelo. El gato muerto volverá a caer y, con él, volverán las preocupaciones.
4.- La primera duda razonable
Nada de lo que haces funciona. La caída sigue y no se detiene. El optimismo empieza a fallar y el trabajo y aprendizaje se intensifican más hasta el punto de comerse gran parte de tu tiempo libre. Tarde o temprano llega la pregunta inevitable desde el punto de vista económico o profesional: «¿Merece la pena?». Llega la primera duda razonable sobre la supervivencia de tu negocio y la primera previsión de vida sin él. Cerrar el chiringuito es ya una opción factible.
Empiezas a ser autocrítico y realista con tu modelo de negocio y a valorar su evolución. El concepto del final de su ciclo de vida llega a tu cabeza. Valoras otros factores, te das cuenta de que la crisis ha empujado a la competencia hacia tu sector y que los proveedores cada vez aprietan más sus condiciones. En tu cabeza, el concepto «no puedo» empieza a compartir espacio con «se ha acabado».
Para algunos, especialmente aquellos que se pueden reenganchar a una vida laboral cómoda, aquí termina el camino. Pero para muchos otros, hay dos elementos que inclinan la balanza hacia la etapa siguiente: la falta de alternativas y, sobre todo, el orgullo.
En este momento, tu vida se ha hecho más dura y tu situación económica, familiar y social empieza a ser difícil. Tus ingresos cubren tus gastos a duras penas y has renunciado a muchos momentos con familia y amigos para dedicarle todo ese tiempo a recuperar tu proyecto. Cuando te preguntan por tu negocio respondes que te va bien, pero eres cada vez más parco en palabras. Estás preocupado y empiezas a darte cuenta de ello. Es el límite. Si decides que sigues adelante en tu proyecto te va a salir muy caro. Tu situación económica, social y familiar y tu propia salud mental van a afrontar grandes desafíos. Tienes que ser fuerte para afrontarlo.
5.- Los esfuerzos a la desesperada
Si has pasado de largo la salida de la autopista que te plantea la primera duda razonable, te habrás dado cuenta que tu vida ha entrado en un todo o nada. A partir de ese momento, todo tu esfuerzo y tu tiempo estará enfocado en recuperar tu negocio. Tu formación empieza a ser excepcional y estás pensando en cientos de medidas posibles para revivir tu negocio, pero a la vez te das cuenta de que no puedes llevarlas todas a la práctica por falta de tiempo o recursos. Las ideas bullen y la creatividad surge… pero vienen acompañadas de la preocupación, la desesperación- pésimas consejeras- y la falta de recursos. Todo tu mundo se resume en una palabra: remontar.
Es una fase tremendamente peligrosa, porque si cruzas el límite puedes perderlo todo. Si no dedicas tiempo a tu familia y le traspasas tus preocupaciones corres el riesgo de dinamitarla. Como vuelves a invertir, si no eres mínimamente racional controlando tus gastos, puedes endeudarte en proyectos demasiado arriesgados. Tu negocio se puede convertir en algo similar a una adicción. Si no tienes cuidado, arriesgarás tu dinero y el de quienes te rodean y le dedicarás todo tu tiempo y tus pensamientos. La salud se resentirá. Las acciones conducidas por la desesperación pueden tener efectos devastadores en el futuro.
Es una época horrible, que puede ser de gran enriquecimiento intelectual y profesional o de auténtico hundimiento. Económicamente, llega el momento de las renuncias. Empiezas con las comodidades accesorias: dejas la oficina, comes más en casa, viajas menos… y sigues con los gastos corrientes hasta acabar mirando cada euro de la cesta de la compra. Vives de tus ahorros y empiezas a plantearte la idea de que se acaben algún día como algo realista (a veces, incluso, de forma tremendista). La incertidumbre personal condiciona todos tus esfuerzos laborales y eso se nota en tu carácter y en tu salud.
Tu vida social se ve muy afectada por la situación. Primero, por una razón práctica: al tener que reducir gastos, reduces también las actividades con tu círculo social. Y eso es moralmente demoledor. Si ya vivías aislado y pensando solo en el aspecto laboral esto contribuirá a aislarte aún más del mundo. Pero también renuncias a la válvula de escape de tu tensión que pueden suponer las relaciones interpersonales. Y, segundo, porque llegan los estigmas. El social de la vergüenza y el profesional de la inseguridad por ser incapaz de alcanzar un mínimo éxito en la actividad que creías dominar.
Pero, aunque parezca mentira, son los momentos de mayor formación y aprendizaje técnico que puedes tener en la vida. Jamás estarás más motivado por formarte y trabajar que en ese periodo de obsesión. En el fondo, será tu mejor preparación para el futuro.
6.- El último cartucho
La duda inicial de hasta dónde merece la pena seguir ya es permanente. Pero ha llegado un momento en que te pones un límite y dices: «Esto es lo último que intento. Si sale, bien. Si no, se acabó». Dentro de la desesperación, esta actitud suele corresponder con insólitos instantes de lucidez. En muchas ocasiones, viene facilitada por el conocimiento tan profundo que empezamos a tener del problema que afecta a nuestro negocio. Hemos detectado un patrón de nuestros problemas y una manera de resolverlos por la que puede que merezca la pena invertir tiempo y dinero.
Aunque parezca mentira dentro del proceso de cuesta abajo, son momentos de optimismo, mucha energía y hasta cierto entusiasmo, donde todos tus esfuerzos van enfocados a un proyecto concreto. Es triste decirlo así, pero sabes que tu proyecto ya ha muerto y todo lo que puedas lograr con él es un regalo de la vida. Es como pedirle matrimonio a Scarlett Johansson: todo lo que sea un sí, es inesperado.
A veces, este último cartucho te hace remontar. Si no lo consigues, al menos te ha dado un último destello antes de lo inevitable y te deja con la sensación de que le has dado a tu negocio una muerte digna.
7.- La aceptación
Es cuando te dices a ti mismo: «mi negocio ha muerto» y te lo crees. Es comparable al fallecimiento de un ser querido después de una larga agonía. Inconscientemente, el primer sentimiento es de alivio físico. Luego llega la tristeza y más tarde, el vacío. Tu entorno ayuda mucho. Pero, desgraciadamente, pocos pueden entender que necesites duelo por una empresa.
8.- El pánico
Tras pensar en el destino negocio fallido, llega el momento de pensar en uno mismo. «¿Qué será de mí ahora que he perdido mis ingresos?» Hay miedo a dar el siguiente paso, a que sea demasiado tarde para darlo o, incluso, a que ya no haya lugar a un segundo paso. Alguno, incluso, se arrepiente de su decisión e intenta volver a revivir el cadáver a escondidas de su entorno, a riesgo de convertirse en una réplica del más puro Norman Bates de Psicosis.
Es el momento más cercano a la depresión y en el que eres más vulnerable a la inseguridad. Te han colgado el tradicional estigma español del fracaso en tu proyecto y, además- por si fuera poco- sientes que has fallado en aquello en lo que eras un profesional. Sabes que has aprendido mucho, pero te mueres de miedo de haber perdido «el toque» y si buscas un nuevo trabajo se te hace muy difícil justificarte a ti mismo qué motivos pueden tener para contratar a alguien que reconoce que trabajaba con unos métodos que ya no tienen el beneplácito del portero del edificio de Internet.
9.- La reinvención
Pero sabes que tienes que salir adelante y- aun en pánico y afectado por todo lo que has vivido- buscas una nueva forma de vida. Desde el punto de vista personal, las etapas anteriores te habrán desgastado notablemente, pero vistas con perspectiva te darás cuenta del aprendizaje técnico impresionante que te ha aportado de forma inconsciente todo ese esfuerzo de meses anteriores. Enhorabuena. Eres un experto en algo.
Es el momento de volver a mirarte y, también, de mirar a tu entorno. Has estado tan ocupado anteriormente con tu negocio que te has descuidado a ti mismo. Es el momento de plantearte qué quieres hacer en los próximos años, qué demanda el mercado y en qué puedes aportar. Tu entorno profesional y personal te dará pistas y, si tienes suerte (como los que nos dedicamos a un sector en el que aún queda mucho por hacer y todo se renueva cada poco tiempo), quizá de ese propio entorno te salga la oportunidad que esperas.
Es un momento de curar heridas y recuperar el entusiasmo por la vida y por tu trabajo, pero también es un momento muy peligroso si nos precipitamos. Si nuestra economía personal nos lo permite, es mejor ir con pies de plomo y no lanzarse a la primera liana de la selva. El conocimiento que has adquirido durante el proceso anterior es valiosísimo y sería una pena no aprovecharlo en algún lugar donde realmente sea necesario. Muchos vuelven a intentarlo por su cuenta con éxito, pero un trabajo por cuenta ajena también aporta ingresos desde el primer día y relaja buena parte del estrés acumulado.
10.- Los rescoldos
Pero un negocio no muere sin dejar rastro. Siempre queda algún activo que liquidar, alguna mínima actividad que sigue en marcha o algunas obligaciones (como la que te une a Hacienda) que te quedan por atender. Cuando se trata de activos tangibles, que puedes vender fácilmente, es más fácil ir deshaciéndose de ellos. Pero si son intangibles, siempre habrá una marca, un dominio o una reputación que nos costará valorar y traspasar -y que no es cosa de tirar simplemente a la basura-.
A veces, pocas, las brasas se reavivan y el fuego renace por unos momentos (o incluso se extiende por los bosques cercanos). Ten cuidado, mantén una distancia prudencial, avisa a los bomberos para que se ocupen de él y- si quieres sacarle rendimiento- cobra a otros para que lo usen en su barbacoa en lugar de asarles tú los choricitos. Tú ya te comiste todas las costillas que trajiste para asar por hoy.
Aunque siempre puede llevarte una vela encendida a casa… O dejar un blog vivo para escribir, de vez en cuando, lo que te venga en gana. Como quien se lleva un cuaderno de la vieja oficina para casa.
Qué bien explicado todo lo q le pasa a uno por la mente CD decide y cierra su negocio. Enhorabuena por ello, sin duda vales para escribir y expresarte
Decidí buscar en Internet sobre el tema sentimental val cerrar un negocio propio pq mi pareja lo está haciendo después de 14 años…con el añadido de q también era un negocio familiar. Quiero ayudarle a pasar este bache…y el primer paso es tratar de comprender qué puede estar sintiendo y cómo lo estará viviendo.
Gracias