Algunas de las cosas más memorables de los viajes llegan con pequeñas anécdotas o casualidades que, por norma general, no significan nada para la gran mayoría de la gente, pero que tienen un significado especial para quienes las protagonizan. No es por ser abuelo cebolleta, pero de vez en cuando nos gusta recordar y contaros alguna de ellas, como ésta que vivimos en la pequeña ciudad estonia de Parnu.
Acabábamos de llegar con un grupo de amigos a Parnu, ciudad costera del sur de Estonia, durante una etapa del trayecto de un breve viaje por los Países Bálticos. Parnu es la ciudad más importante del sur de Estonia y se trata de una parada bastante frecuente para los viajeros que se desplazan en coche entre Tallin y Riga, bien sea para pasar la noche o bien para comer o dar una vuelta en mitad de un trayecto mediano. Aunque no tiene ni la actividad ni la importancia de las dos principales ciudades del país- la capital Tallin y Tartu- Parnu responde a lo que podemos esperar de una ciudad mediana dentro de un país pequeño: ambiente agradable y máxima tranquilidad.
Parnu es también lo que podríamos llamar uno de los centros turísticos de playa del país. Puede parecer sorprendente hablar de turismo de playa en países tan fríos como los Bálticos, pero sorprendentemente- durante varios meses de la primavera y el verano- el clima es lo suficientemente aceptable como para bañarse en el Mar Báltico. No se puede esperar el sol del sur de Europa, pero sí que tiene el encanto de buenas playas, ambiente muy tranquilo y algo de fresquito por la noche.
Parnu, en concreto, está situada junto a una bahía de notable tamaño y dispone de una playa de arena amplia y agradable. La geografía de la bahía hace que la zona más cercana a la playa no sea nada profunda, por lo que se puede avanzar durante decenas de metros sin que la altura del agua llegue a cubrirnos. Esto hace también que la temperatura del agua no sea tan fría como si estuviéramos en mar abierto y sea bastante agradable en los meses de verano. Es una playa diferente a las que estamos acostumbrados en España, mucho más silenciosa, tranquila y vacía, pero agradable, después de todo.
Junto a algunos pequeños complejos turísticos, Parnu tiene el encanto de una pequeña ciudad estonia: muchos árboles, calles espaciosas, ajardinadas, pequeñas casitas unifamiliares de madera y una calle peatonal en el centro de la ciudad que concentra a su alrededor buena parte de la vida comercial del pueblo. Se trata de un lugar bastante tranquilo.
En nuestro caso, estaba previsto que fuera una parada de una noche en el camino entre Riga y Tallin y disfrutamos de una tarde tranquila de playa y una cena. Al día siguiente era festivo local, así que podíamos disfrutar de fiesta por la noche. Habíamos cenado y nos dirigíamos por la calle principal del pueblo, vacía a aquellas horas, hacia el edificio que hacía de bar, pub, casino y discoteca a la vez, cuando, de repente, en mitad de la nada se abrió una ventana y- en mitad del silencio de la noche- alguien nos grita:
– «¿Sois españoleeeeeeeeees?»
Resultaron ser dos chicas españolas que habían tenido un accidente de tráfico con un coche alquilado y tenían que quedarse en la ciudad a la espera de declarar en la comisaría de policía al día siguiente. Del accidente no habían tenido más problemas que un susto fuerte y un collarín, pero no tenían ni idea de qué les podía pasar en la comisaría, con lo que estaban bastante asustadas.
No conseguimos que nos acompañaran en nuestra noche de fiesta -de estar parados en una ciudad perdida, al menos disfrutarlo-, pero sí que las acompañamos al día siguiente en su visita a la Policía. El tema no pasó de una multa por exceso de velocidad y una reprimenda, para alivio de todos, que no sabíamos lo que podría pasar; así que de ahí recogimos su coche de sustitución y nos fuimos todos juntos hacia Tallin, que era nuestra última parada común.
Estaba visto que la conductora estaba algo gafada este viaje, ya que también nos dio un pequeño susto en este trayecto, pero al final llegamos a Tallin algunas horas después, sanos y salvos, con los coches enteros y muchas ganas de reirnos y divertirnos todos juntos.
Fue así como una casualidad, un suceso inesperado, nos hizo encontrar gente muy común en la otra punta de Europa con la que crear lazos y disfrutar de un tiempo agradable sin más punto en común de haber respondido a los gritos que nos llegaban desde una ventana en mitad de una calle vacía de una ciudad pequeña de Estonia.
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