El viajero es una importante fuente de dinero para muchas ciudades. Para alguna de ellas, incluso, es su principal forma de vida. Por lo general, el sistema que se sigue es el habitual: al turista le gusta algo, adquiere ese producto y servicio y paga por él. Pero, en muchas ocasiones, es un recién llegado al lugar donde se encuentra y acaba pagando la novatada, pica en alguno de los anzuelos más o menos éticos que se le han tendido o, simplemente, paga más por desconocimiento de las costumbres. Son algo así como una especie de «impuesto turístico» a la brava, unas mini estafas en viajes, que llega unas veces por desconocimiento y otras por picaresca.
El caso más habitual y socorrido es el de la cafetería o restaurante situado en una zona turística que carga a los viajeros con precios legales, pero que pueden parecer abusivos a quien consume. Todos conocemos a alguien que ha sufrido- incluídos nosotros mismos- precios de cafés o comidas que han quedado marcados en la memoria de quien los ha sufrido con calificativos de estafa para arriba. Pero no es el único, ya que en todas partes del mundo hay trucos o costumbres ignoradas que hacen que el turista acabe dejándose unos cuartos más de los esperados.
Me venía a la cabeza un viaje a San Francisco, como en Fisherman’s Wharf, junto al puerto, en una de las zonas más turísticas de la ciudad, bastantes tiendas exhibían en la puerta carteles que anunciaban rebajas y liquidación por cierre del negocio. Creo que entré en los dos primeros, sin que lo que viera me resultara especialmente atractivo, ni barato. A partir de la tercera tienda en similares condiciones, comencé a dudar. Y ya cuando me encontré con una cuarta y una quinta, me dio por pensar que no es lógico que- en una zona que cuenta con millones de turistas cada año- buena parte de las tiendas estén liquidando. Lógico: sus clientes turistas, por lo general, suelen visitar San Francisco solamente una vez en su vida, por lo que no podrán volver a comprobar si efectivamente esta tienda cerró o no. El falso reclamo utilizado como excusa para los precios bajos acaba haciendo entrar a los clientes que acabarán comprando o no.
En Estados Unidos, como en otros muchos países del Mundo, llama la atención también cómo pueden acabar subiendo los precios con las propinas y los impuestos no incluidos en los precios. Es habitual, por ejemplo, en los restaurantes. Los precios que aparecen en una carta pueden llegar a incrementarse hasta un 30% (15% de impuestos y 15% de propina aproximadamente) en la cuenta final.
Cuando algo a lo que estamos acostumbrados no es como pensamos
Bares, restaurantes y taxis (que merecerían un capítulo aparte), son los sectores más susceptibles de este tipo de pequeña estafa en viajes o simples diferencias culturales con los usos a los que se está acostumbrado. Un error típico de los españoles que viajan a Lisboa y van a comer a un restaurante -algo que suele ser muy barato, por cierto-, es ir comiendo los platos de aperitivos, el queso o la mantequilla que se van poniendo en la mesa antes de que llegue la comida. Muchos piensan que son detalles de la casa y se atiborran de ellos, pero al final los tienen que pagar en la cuenta. No es raro que, en ocasiones, la suma de estos aperitivos sea más cara que el plato principal.
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Las multas y sanciones también dan más de un quebradero de cabeza. En Copenhague, por ejemplo, te puede caer una pequeña multa por cruzar la calle con el semáforo en rojo o por no llevar luces en la bicicleta por la noche. En determinados países musulmanes o hindúes, las demostraciones públicas de cariño -y lo que va más allá del cariño-, pueden salir caras. Luego, en otros países, existen otro tipo de «multas» -a veces merecidas, a veces inventadas por los propios cuerpos de seguridad- que acaban en el bolsillo del agente de turno. En varios países del África Subsahariana, por ejemplo, las peticiones de soborno a viajeros con apariencia extranjera son frecuentes.
Las pequeñas estafas en viajes a China
Trucos muy curiosos para atraer a los viajeros también los hay en China. En Pekín llama la atención la familiaridad y la amabilidad con la que te reciben en la zona de la Plaza de Tiananmen algunos jóvenes chinos con buen manejo del inglés que se ofrecen a guiarte y te acaban liando para entrar en alguna galería de arte o tienda de recuerdos. En Shanghai, suele pasar lo mismo en East Nanjing Road, pero en este caso suelen acabar llevando al turista a establecimientos con ceremonias del té por precios desorbitados.
Y los mercadillos… qué decir de ellos. El regateo acaba convirtiéndose, en muchos lugares, en una atracción turística; con lo que a muchos compradores les da igual pagar algo más mientras sientan que han regateado en plan local. Por lo general, en el regateo el vendedor nunca pierde y no suele vender por debajo de un precio mínimo. El porcentaje a regatear depende del país. En China no es raro que el primer precio que se pide por el artículo sea veinte veces superior al precio final. Otra cosa es la calidad de los artículos que se venden en ellos… Algunas extrañas veces, pequeñas maravillas; pero la mayor parte de ellas acaban resultando baratijas o malas copias piratas.
Pero también hay que decir que, aun sabiendo esto, entre los turistas que visitan Pekín sigue siendo una costumbre y una visita obligada, el Mercado de la Seda, donde -junto a algún artículo de artesanía y poco más- se venden principalmente imitaciones de productos de marca. Quien va allí, por lo general, no piensa que en su país de origen raramente compraría este tipo de productos; pero se vuelve loco regateando por ellos y pagando normalmente más del valor de lo real. Un empresario chino me decía en una visita a España, que los chinos no acudían a esos mercados, porque ellos querían los productos originales y no las copias, y que el Mercado de la Seda y similares era, únicamente, para turistas. Pero bueno, el placer no es tanto lo que se compra, sino el regateo.
Pensamiento positivo para quitarse el mal sabor de boca
No he querido hablar en este artículo de los efectos de otras amenazas a los turistas como robos o estafas en viajes más graves que estos pequeños engaños. Eso entra dentro del plano de la delincuencia y, evidentemente, es totalmente perseguible. Pero sí que es verdad que, por una razón u otra, este tipo de malentendidos culturales o de confusiones están muy presentes a la hora de viajar y seguro que nos viene a la cabeza alguna. Por lo general, no acaban costando mucho dinero, pero nos dejan con mal sabor de boca… al menos por unas horas.
Pero bueno, también hay que ser consciente de que, cuando hacemos turismo, el dinero que nos gastamos sirve para devolver a la economía del lugar que visitamos algo de lo que nos ha dado. Por tanto, si pensamos que ese pequeño extra que nos han cobrado sirve para que la ciudad que nos recibe viva un poco mejor, seguramente se nos pasará el enfado más rápido.
Hablando de Lisboa, mucha gente me ha contado que en algunos restaurantes tienen dos cartas, en inglés y en portugués, siendo la primera más cara que la segunda. Aunque donde más se aprovechan de los turistas, especialmente angloparlantes, es en el mercadillo del campo de Santa Clara, los martes y sábados, donde vi intentar colocar una especie de sábana de ganchillo por 90 euros, mi cara debió ser un poema.