Para quien hace un viaje una o dos veces al año, la respuesta parece clara: no. Sin embargo, los viajeros de negocios ya saben que no siempre es cómodo vivir entre aeropuertos y hoteles. Pero no sólo ellos, sino también el turista habitual- aquel que vive pensando en su próximo gran viaje- puede tener un momento en el que diga «basta» y deseé dejar la maleta en lo más alto del armario. Me pregunto: ¿Cuándo un viaje «de placer», deja de ser un placer?
La reflexión llega después de haberme topado en la red con un excelente artículo en CNN Go titulado The 8 Signs of Travel Burnout, en el que se describen ocho situaciones y estados de ánimo en los que podemos pensar que ya estamos hartos de viajar y que nuestro cuerpo o nuestra cabeza han dicho «basta» y exigen descanso. Inmediatamente, me han venido a la cabeza determinadas situaciones personales en viajes anteriores y, para bien o para mal, he visto que la expresión «viajero quemado» no es ninguna fantasía.
Os invito a que leáis el artículo para enteraros con más detalle de esas ocho señales, pero os hago aquí un breve resumen en español de ellas:
1.- Que tu blog de viajes se convierta casi exclusivamente en un blog de quejas o insultos al lugar donde estás.
2.- No aceptas las circunstancias especiales e imprevistos de los viajes de manera natural.
3.- Dejas de reirte de lo bueno y lo malo.
4.- Buscas en tu viaje los placeres de tu casa.
5.- Te amargas por tener un viaje planificado al minuto y no poder cumplirlo al detalle.
6.- Te pones agresivo.
7.- Dejas de respetar a la cultura local.
8.- Dejas de sentir emoción por comenzar un viaje a nuevos lugares.
Personalmente, creo que estas señales llegan, básicamente, por dos motivos: agotamiento físico o mental. Muchas veces, además, se combinan para hacerlo aún más difícil.
Cuando el cuerpo dice «basta»
El cansancio físico llega, muy frecuentemente, en viajes con mucho movimiento o actividad. Es difícil pensar que alguien que se queda siete días en una playa del Caribe pueda sentirse agotado, pero un viajero de Interrail, una ruta en coche por Europa, rutas kilométricas en avión, tren o autobús de una o dos semanas por diferentes ciudades de China o una excursión por la selva del Amazonas, son viajes que suelen exigir esfuerzos físicos grandes, dormir poco y mal, posturas muy forzadas en medios de transporte y cansancio de cargar con una mochila o maleta con todas tus pertenencias. Después de ciertos días, dependiendo de la ruta, las comodidades y el aguante de cada viajero, el agotamiento se impone.
Lo peor del agotamiento físico es no reconocerlo y no pararse a descansar un poco antes de reanudar la ruta. A veces, por una ruta demasiado exigente, a veces por pura cabezonería y, otras, simplemente porque no queda más remedio que seguir hacia adelante si se quiere tener la garantía de estar a tiempo para volver a casa. En este caso, si no se respeta el descanso, el viaje se vuelve una pesadilla, los lugares de paso resultan indiferentes y la relación con los locales o los compañeros de viaje salta en pedazos a la mínima.
En este caso, hay que detenerse e intentar descansar y darle un premio al cuerpo por el esfuerzo que ha llevado a cabo. A veces basta con un día más de parada en una ciudad que nos haya resultado especialmente bonita, pagar un hotel algo mejor por una noche para poder disfrutar de cama, ducha y descanso en mejores condiciones o, simplemente, cancelar o aplazar el plan de un día a cambio de una experiencia agradable: una buena comida, un masaje o, simplemente, un rato en un parque tumbado al sol. Es la única manera de volver a recargar las baterías y tener, al menos, un poco más de fuerzas para el final del viaje.
De todos modos, el cuerpo tiene un límite y, cuanto más largo sea el viaje, menos tiempo nos darán «sus baterías» entre descanso y descanso. Al final, si el cuerpo ya no da más de sí, es el momento de detenerse y acabar el viaje o, al menos, asentarse en un lugar hasta el momento de volver.
Cuando la cabeza dice «basta»
El agotamiento mental viene también influido por el físico: cuanto más cansado estés, menos claro puedes pensar. Pero no siempre. Hay gente que se siente mentalmente nula en viajes de playa porque siente que no tiene más estímulo durante todo el día que hacer el recorrido hotel-playa-restaurante-hotel. Sin embargo, por mi experiencia, el agotamiento mental viene dado muchas veces por el esfuerzo de adaptación a un determinado lugar y por el choque cultural al que se enfrenta el turista en determinados destinos.
Suena duro decirlo así y es poco políticamente correcto, pero -sencillamente- hay personas que no deberían pisar determinados destinos turísticos. Algunos, por su nulo dominio de idiomas y su incapacidad de comunicarse con los nativos. Otros, por su incapacidad de abrir la mente para aceptar la cultura o la situación social del país de destino. También están los que van con grandes expectativas, no se ven cumplidas y tienen que lidiar también con su propio enfado y los que han viajado a un destino problemático y viven todo el tiempo con la inquietud de garantizar su seguridad. No recomendaría nunca a una persona comodona, que no hable idiomas y no tenga experiencia de viaje, plantarse en la China rural o en África por su cuenta, simplemente porque haya encontrado un vuelo barato.
La incomunicación por el idioma y la falta de adaptación a las costumbres locales suelen ser los peores problemas. En China, por ejemplo, la barrera idiomática es muy fuerte, incluso en las principales ciudades. India es también un país donde muchos turistas sufren un fortísimo choque cultural. Algunos adoran su exotismo, pero otros muchos reaccionan muy mal a la suciedad generalizada y las imágenes de pobreza, hasta el punto de que la experiencia les deja con un pésimo sabor de boca y muy mal humor. La comida es también otro de los puntos negros de este agotamiento mental: gente con muchos escrúpulos a la hora de qué y dónde comer o, simplemente, tener que estar pendiente de llevar agua embotellada a todas partes. Todo se suma.
Lo mejor para combatirlo: la mente abierta, recibir la máxima información posible sobre el país o la cultura local y, sobre todo, darse algún capricho que nos permita relajarnos o, al menos, disfrutar un poco y evadirnos de la presión constante de un destino desconocido: una buena cena, una visita a un bar o un café de estilo occidental, intentar conocer a otros viajeros de procedencia similar a la nuestra o, a veces, basta con una llamada larga a casa o a algún amigo para ir contando el viaje.
Lo que nos influye
Pero hay una serie de factores que pueden ayudar o perjudicar al viajero durante su trayecto. Aquí van algunas ideas personales:
– Los acompañantes: Quien viaja solo o en un grupo pequeño, suele ver más lugares al depender de menos personas, pero también -al visitar y recorrer más sitios de interés- es más probable que se vea físicamente cansado. También, el viajero en solitario tendrá menos oportunidades de hablar y utilizar su idioma en destinos exóticos, lo que supone un fuerte cansancio mental. Los grupos grandes, por el contrario, suelen ser una fuente importante de frustración por lo difícil que es moverlos y, sobre todo, son una fantástica fuente de conflictos entre sus integrantes, lo que supone un tremendo cansancio mental.
– La planificación: Muchos aspectos contradictorios. Un viaje demasiado largo, acaba cansando. Pero uno demasiado corto, puede provocar que se visiten los monumentos con un ritmo frenético, con lo que cansan más. Llegar a la aventura a un país extraño puede suponer frustración por no saber qué pasos dar o qué dificultades encontrarse, pero también hay pocas cosas más frustrantes que ir a disfrutar de un viaje y tener una agenda controlada hasta el último detalle, sin posibilidad de disfrutar de imprevistos.
– El destino: Cuanto más exótico, más motivador, pero más difícil de sobrellevar. A la hora de planear un viaje hay que pensar, de verdad, en qué es lo que me voy a encontrar en cada lugar y analizar fríamente si se ajusta a mi carácter y qué duración me conviene.
– El transporte: Por muy cómodo que pueda ser un tren, un autobús, el coche particular o un avión, cada traslado durante el viaje supone un plus de cansancio con el que hay que contar.
– La motivación: No es lo mismo quien lleva deseando ir a un destino concreto durante años y años, que quien se ha unido a un viaje a un destino que le resulta indiferente porque no había una oportunidad mejor en el horizonte. El extramotivado tiene peligro de agotarse físicamente por intentar disfrutar al máximo del país de destino, pero corre también el peligro mental de sentirse frustrado por lo que encuentra en él. Por el contrario, quien no tenga esa motivación extra no tendrá estímulo para hacer un esfuerzo físico, con lo que le resultará difícil seguir un ritmo de viaje fuerte, y a la vez, puede que la falta de motivación le haga ser más pesimista con algunas cosas.
– Las expectativas: Por lo general, hay que ser entusiasta, pero realista. Imaginar los viajes antes de hacerlos queda muy bien, pero el enfado y la decepción de unas expectativas muy altas no cumplidas están en el horizonte. La receta para superarlo: mente abierta y realismo para aceptar todo lo que vemos.
– La mala suerte: Tan fundamental, como imprevisible. Unas maletas perdidas en el vuelo de ida, el robo de una cartera, un atasco que te hace perder un tren, reservar un hotel que no era lo que parecía, comer algo en mal estado… Son cosas que no se pueden controlar y que suelen destrozar la moral de quien las sufre. Paciencia.
En definitiva, que un viaje -por muy de placer que sea- requiere siempre un esfuerzo y una adaptación y… oh, sorpresa… a veces nos supera.
Pero también hay que pensar que el agotamiento se acaba y que, por lo general, un viaje duro, largo y complicado, empieza realmente a paladearse con todo su sabor una vez que has tomado tu primera ducha en días en un hotel confortable o, simplemente, en tu ciudad de origen después de una o dos noches de buen sueño.
Trabajo en una aerolínea y viajo intensamente desde hace 33 años
Mi mujer adora viajar, y ahora mismo está pateando Tallin mientras yo tomo una cerveza estona y cuento los días que me quedan de mis vacaciones, para volver al trabajo
Toda mi ilusión será disfrutar en casa a la vuelta de mi trabajo, para estar en casa rascando bola…. Si a mi mujer no se le ocurre otro plan….
No me veo reflejado en casi ninguna de las señales, pero tras viajar mucho durante bastantes años, sí que he notado que ahora me hace menos ilusión viajar, y pienso mucho más en el «qué»/»con» quién y menos en el «dónde».