La parte final de un viaje largo tiene más de recuperar cosas que dejaste de ver por el camino que de grandes descubrimientos en sí. En el caso de la recta final del nuestro, así fue. En Kyoto nos habíamos dejado muchas cosas que descubrir y a ello dedicamos la última etapa de nuestro trayecto antes de la guinda final de Tokio.
Una de mejores opciones de excursión desde Kyoto y Osaka al interior de la isla de Honsu es la localidad de Takayama, una localidad de montaña famosa por sus templos, su arquitectura tradicional, sus destilerías de sake y su proximidad a la aldea tradicional de Shiarakawa-go, declarada Patrimonio de la Humanidad.
Después de diez días de viaje, y con algunos de los destinos turísticos obligados ya visitados, era el momento de decidir en qué ocupar parte del tiempo que aún teníamos antes de volver a Tokio. Al final nos decidimos por Takayama, buscando en las montañas un Japón menos urbano y más tradicional.
Llegamos tarde la primera noche, pero no dejaba de ser un viernes, por lo que nos decidimos a salir a cenar en Osaka y pasear un poco por la zona de Namba, que nos resultó animadísima y muy divertida.
Menos ambiciosa fue la noche del sábado en Osaka, tras nuestra excursión a Nara, cuando decidimos tomarnos un tiempo de descanso, salir a cenar cerca de nuestro hotel y relajarnos un poco después de un viaje que empezaba a hacérsenos algo cuesta arriba por el cansancio. Así fue como acabamos en el restaurante de Takeshi. […]
El cansancio nos dominaba y ya nos reclamaba actividades más relajadas, así que aprovechamos que el Osaka Unlimited Pass nos incluía una visita a los baños Naniwa no Yu para pasar allí la tarde y relajarnos antes de seguir viaje a Kyoto.
Osaka era otra de las grandes bases de nuestro recorrido por Japón. Sabíamos que no era la ciudad más monumental del país, pero sí que contábamos con que fuera una de las más activas y animadas. No fue una gran maravilla turística, pero sí que tuvo aspectos puntuales que se convirtieron en algunos de los mayores recuerdos del viaje.
Nara es otro de los destinos obligatorios en un recorrido por Japón. Situado a muy poca distancia tanto de Osaka como de Kyoto, sus pagodas, templos y bosques repletos de cervatillos hacen las delicias de todos los visitantes en un lugar que nos deja marcada la imagen del templo Todai-ji y las impresionantes estatuas de Buda que alberga.
Aparte de las ostras y dulces de Miyajima, en Hiroshima pudimos seguir explorando por la noche algunas de las especialidades típicas de la región, con lo que fue uno de los descubrimientos más agradables del viaje: los okonomiyakis.
Miyajima es una isla japonesa situada frente a la costa de Hiroshima, famosa por su naturaleza, sus templos y sus cervatillos que pasean libremente por toda la isla. Es una visita obligada si pasamos por Hiroshima y, en nuestro caso, fue uno de los lugares que recordamos con más cariño de nuestro viaje.
Es verdad que, en Hiroshima, el recuerdo de la bomba atómica eclipsa todo lo demás en la ciudad, pero eso no quiere decir que sea lo único que puede llamarnos la atención. La ciudad, moderna y agradable, y especialmente la vecina isla de Miyajima son lugares muy visitados por los turistas.
Hiroshima es una visita marcada por la memoria de la bomba atómica. Un auténtico desastre para la humanidad, que en 1945 destrozó la mayor parte de la ciudad y acabó con la vida de muchos de sus habitantes. Algo que es imposible de entender en su dimensión humana antes de pasear por la ciudad.
Kyoto es una parada obligada para los que viajamos a Japón con el Japan Rail Pass o con otro tipo de rutas más o menos organizadas. Y es que la que fuera antigua capital imperial nos ofrece templos y atractivos suficientes como para no parar de recorrerla durante los dos días que la visitamos.
Cuando ya nos habíamos mentalizado de que el único desorden que se permitía la vida comercial de Tokio eran los vendedores vocingleros, llegamos al barrio de Ueno y volvimos a sorprendernos con calles que parecían más un mercadillo que un ejemplo de vida comercial moderna.
Después de dos días en Tokio viendo los barrios más popularmente comerciales y la parte más elitista de la ciudad, el tercer día se convierte en un popurrí de las cosas que has dejado de ver y tienes en la agenda. Fue así como acabamos viendo zonas tan dispares entre sí como los barrios de Shinjuku, Ueno y Asakusa.
Shinjuku es una zona de contrastes en Tokio. Cuenta con rascacielos y un animado barrio de tiendas de electrónica, pero también con un fabuloso parque.
Ya nos habían advertido que el Palacio Imperial de Tokio sólo abría dos días al año por lo que tener que quedarnos en los jardines no nos supuso ninguna frustración. Desde allí no es que se pueda ver mucho del Palacio, pero no deja de ser un lugar emblemático del centro de la ciudad.
Desde Gaien Higashi Dori, una de las calles principales de Roppongi, hay un corto paseo hasta los pies de la Tokio Tower. No es difícil encontrársela. Su altura y su silueta inconfundible, imitando parte de la Torre Eiffel parisina con un color naranja chillón hacen que se la pueda ver fácilmente desde bastantes puntos de Tokio.
Desde Harajuku nos desplazamos a la cercana Shibuya, una zona comercial y de ocio nocturno, mundialmente conocida por el enorme paso de peatones que se encuentra frente a su estación de ferrocarril -el más frecuentado del mundo- y las imágenes de sus modernos edificios con pantallas.
Si nuestro primer día en Tokio había sido toda una inmersión acelerada en la vorágime de la ciudad, para nuestro segundo día elegimos algunas de las zonas más elegantes de la ciudad, como los barrios de Roppongi y Ginza. Fue también la jornada en que empezamos a familiarizarnos con la fascinante arquitectura de los rascacielos de Tokio.