Hace unos días me llegó una nota de prensa de un nuevo servicio que te permitía ver representaciones históricas en 3D de los lugares más importantes de algunas ciudades a través de unas gafas especiales. El aparato, que responde al nombre de PastView, es uno más de los miles de artículos, portales, guías móviles y apps que se presentan como revolucionarios para el turismo. ¿Pero nos hemos vuelto locos con tanto cachivache? ¿No sería más cómodo un viaje más simple?
La infoxicación es el término que define la saturación del receptor por el exceso de información disponible y viene facilitada en los últimos años por la expansión de las nuevas tecnologías. A la hora de recopilar información, tenemos la libertad de elegir lo que queramos y, lógicamente, nos gusta tener la mayor cantidad de datos y estímulos posibles. Pero, cuando abusamos de ellos, corremos el riesgo de dejar de hacer otras cosas -la cantidad de información disponible tiende a infinita, pero el tiempo es siempre el mismo- o enterrar sensaciones o información importante entre una maraña de datos accesorios.
Cuando vamos de viaje, podemos ejercer nuestra libertad para decidir hasta qué punto necesitamos estos servicios adicionales o no. Los creadores de apps e información nos venden nuevos servicios con detalles que ellos consideran imprescindibles para el viajero. ¿Realmente lo son? ¿No estaremos sobrevalorando lo que estos servicios pueden ofrecernos?
Todo esto, viene a cuento del relato de viaje que un amigo ha tenido a bien enviarme y que os reproduzco a continuación.
Nuestro último viaje
«Queríamos ver todo lo que pudiéramos, así que nos levantamos a las siete de la mañana y estuvimos durante el buffet de desayuno cotilleando con la tablet los rincones de la ciudad que teníamos que ver. A eso de las diez– una vez que acabamos de cargar nuestro plan de ruta en la aplicación móvil para viajeros-, salimos a la calle. Da gusto empezar el día temprano y descansado. Qué diferencia con pasarte la mañana delante del ordenador en la oficina.
Empezamos a callejear por el centro de la ciudad y subimos a lo alto del Castillo. Qué vistas, qué maravilla de ciudad. Las oportunidades de foto resultaron fantásticas. Supongo que habrás visto las fotos del Instagram. Me pasé media hora probando diferentes filtros. Al final, logré la foto perfecta. Era tan buena que no pude resistirme a colgarla en Facebook. El roaming de datos me va a salir por un pico, pero creo que mereció la pena. Me dieron 23 me gusta y siete comentarios que iban desde el «Oooohhhh, qué bonito» hasta «Qué arte tienes para las fotos, niño. Se nota que has aprendido del tío Javier».
Les salvé el viaje
El viaje fue una pasada, pese a los idiotas que me acompañaron. Llegaban a los sitios, veían las cosas, sacaban una foto con el móvil, se daban una vuelta y a los tres minutos ya estaban tocando los cojones para que nos fuéramos a otro sitio. Y encima se me cabreaban cuando estaba buscando el filtro perfecto. Mucho quejarse, pero seguro que luego comparten la foto en su muro. De verdad, que para el próximo viaje me busco la compañía en los foros antes que estos muermos.
Lo que tiene irse de viaje con gente tan descuidada es que todo lo tienes que hacer tú. En el camino de vuelta al centro, si no es porque les insisto en la recomendación de la audioguía móvil casi se pasan las ruinas de la fonda en la que Berenguela de Montuillac perdió la virginidad con el secretario del infante don Carlos, hecho que dio origen a la reintroducción de la castración como método de tortura en la corte. Lo mismo con la Casa Museo del Bandoneón y casi les tuve que llevar a rastras a los baños públicos del siglo XIX, que ofrecían una visita guiada de 45 minutos a través de una app donde te explicaban los hábitos de limpieza corporales de la época. Lo dicho, gente sin inquietudes y sin ganas de aprender. Ellos se lo pierden.
Nos íbamos luego a la Fortaleza de Sanchenhausen, para lo que teníamos que tomar el transporte público. Como éstos no tienen ni puta idea de nada, no habían descargado la aplicación del metro local, así que les tuve que sacar del apuro una vez más. Lo malo es que la app necesitaba conexión, así que les tuve que insistir -encima- a que nos acercáramos a la puerta del puesto de turismo, que ahí tendríamos WiFi gratis. Demasiado lento, por cierto. Esta ciudad tiene que mejorar mucho su atención al visitante.
La Fortaleza, bien. Pagamos la entrada y la visita guiada, pese a que les dije a estos tíos que tenía la app de la visita y que era tirar el dinero pagar a un guía. La visita resultó ser un fraude. La tía explicaba cosas que no tenían nada que ver con lo que contaban los viajeros en las reseñas. No nos habló de la nave espacial que aterrizó a finales del XVIII, ni de cómo se utilizó para el rodaje del anuncio de Fanta de las Navidades de 2011. La cara que puso cuando le pregunté por el fantasma del Duque fue muy elocuente. No tenía ni idea.
Estaba tan cabreado que me tuve que conectar al roaming en el viaje de vuelta para escribir una reseña en TripAdvisor denunciando el fraude de la visita guiada.
La mejor puesta de sol que he grabado nunca
No tenía ganas ni de comer, de lo cabreado que estaba entre lo pasotas que estaban mis compañeros y el fraude de la visita guiada, pero estos tíos tienen un estómago que no sé de dónde lo han sacado y se morían de hambre. Querían irse a un restaurante típico, pero al final les tuve que convencer de irnos al McDonalds. Joder, esto es un viaje low-cost. No podemos dejarnos el dinero en chorradas. Además, tenía WiFi y podríamos preparar las visitas de la tarde.
Dos hamburguesas de un euro después (es fantástico ir de viaje sin gastar mucho) y después de haber cargado las fotos del día en el álbum de Flickr, salimos para visitar los acantilados Schafenhallen -que están a unos 50 minutos de la ciudad en autobús, según Google Maps-. Nos sentamos en la parte de atrás y, cuando me disponía a conectarme al WiFi, resulta que el autobús no lo tenía, así que a joderse. Ya te lo digo yo. Éste es un sitio muy bonito, pero no está preparado para el turismo.
En el bus conocimos a dos chicas que venían de Barcelona y estuvimos hablando con ellas. Majas, pero no las he encontrado en Facebook y no tenían Twitter, así que les he perdido la pista.
Los acantilados bien, preciosos. Decidimos quedarnos hasta la puesta de sol, así que busqué con el móvil reseñas de un chiringuito que estuviera cerca. Un tal Petardo127 recomendaba uno que estaba a unos 800 metros, pero tenía el mejor arenque ahumado de la zona. Nos fuimos caminando y, al final, resultaron ser dos kilómetros y medio y el arenque era de bote. Nota mental: Poner a parir a la vuelta a Petardo127. Con ese juicio y valoración, no me extraña que nunca haya pasado de una única reseña.
Dado que estábamos a tomar por saco de los acantilados, nos tocó volver corriendo. Yo aproveché y me puse la app para medir mi rendimiento de carrera, así no me sentía tan culpable por haberme saltado el entrenamiento de la semana. Hay que pensar en todo. Pero, lo conseguimos. Llegamos justo para la puesta de sol.
Y qué puesta de sol. No te imaginas. La más bonita que he grabado nunca. Era tan alucinante que había momentos en que estaba pensando en dejar el móvil de lado y quedarme disfrutándola, pero tenía que enseñársela a todos. Yo, que he viajado mucho, tengo la obligación moral de transportarles conmigo a través de lo que veo. Soy la ventana al mundo para mucha gente. Era tan bonito que tuve que subir el vídeo a YouTube allí mismo antes de que alguien lo hiciera por mí. La conexión era tan mala que me costó más de cincuenta minutos en plena oscuridad, pero lo conseguí.
Alternando con los locales
Volvimos al centro y, una vez más, les tuve que arreglar la vida social a éstos. Para que conociéramos un poco más a los locales, había quedado con ArdeMicifuz que es un tío muy majete de la comunidad de Gamusinos69.com que daba la casualidad que vivía por allí. Así nos explicó por qué los policías locales llevan una borla azul en la boina y que las amas de casa solían ir a comprar con bolsas de tela en lugar de utilizar las de plástico. Luego, no sé cómo, nos liamos y empezamos a hablar sobre el último post de ElChavaldelaPeca y cómo Michu4 -que es buen tío, pero entra mucho al trapo- se ha pasado tres pueblos con la respuesta.
Nos hubiéramos pasado toda la noche hablando, pero había quedado para cenar con la novia y se tuvo que ir antes de tiempo. Subimos al foro una última foto para documentar el encuentro y nos despedimos. Cuánta afinidad sentimos. Los capullos de mis amigos estaban perdiendo el tiempo con las tías de Barcelona y no nos molestaron. Casi mejor, de más cosas que me entero.
El el Foro de Desesperados con Saña decían que en esa ciudad «ligabas hasta tirándote un pedo«, así que teníamos que probar suerte. Cómo no, a estos capullos se lo tuve que preparar yo todo. Me metí en los eventos de Couchsurfing a ver qué había y resultó que había una reunión de intercambio de conversación en un bar de las afueras. Éstos me pusieron muchas pegas. Querían irse a un bar con las chicas de Barcelona. Capullos desagradecidos. No tenían ni una sola posibilidad y yo les ponía el ligue en bandeja. En fin, hubo que decorar un poco los planes para que consiguiéramos que las chicas se vinieran con nosotros, pero al final tragaron.
Mi vídeo ya debía estar cargado y nos paramos cinco minutos a la puerta de un Starbucks para robar WiFi y ver los comentarios que habían hecho al vídeo. En el Twitter, nadie lo había retuiteado. Claro, debe ser porque es sábado tarde, así que lo reprogramé en HootSuite para que saliera el lunes a la hora en que todos están en la oficina. En Facebook sí que tenía a mis amigos comentando como se merecía: «Mola», «Qué envidia», «Qué bonitoooooooo», «Cariño, come bien y abrígate»…
Hay gente tan idiota por el mundo…
Hasta que va el gilipollas de Lorenzo y no se le ocurre poner otra cosa que: «Impresionante. Me recuerda mucho al de la playa de las Matruecas que vimos el año pasado». ¿Al de las Matruecas? ¿Las Matruecas? ¿En serio? Pero si ese fue una mierda comparado con esta maravilla. Imbécil, que es un imbécil. Y un envidioso. Que sólo merecen la pena los sitios que él visita. Ya me puso de mal humor toda la noche.
El WiFi del Starbucks era malo. Tenía que ponerme delante de la puerta para poder tener una conexión medio decente y los idiotas que salían me pegaban empujones. Qué falta de empatía. Qué maltrato al turista… Tuve que quejarme en Twitter sobre lo bordes que son en esta ciudad.
Llegamos al bar y vi que tenían el cartel del Foursquare en la puerta. A mí me parece una red social muerta, pero hice check-in porque decían que regalaban una cerveza. Luego resultó que el tío de la barra no estaba muy enterado, me puso mala cara, se me quedó mirando con cada de idiota y acabó poniéndome un dedal de cerveza. Con esa actitud tecnológica, nunca llegarás a trabajar más allá de la barra del bar.
Y así fue como ligué
Llegamos al sitio y aquello era un campo de nabos. En cuanto entramos, a las chicas de Barcelona las rodearon cinco maromos. Mis amigos no salían del círculo ni aunque se estuvieran meando y me querían matar. Pobres diablos. Pensaban que tenían alguna opción. Mejor que no hagan mucho el ridículo y esperen, que las chicas siempre llegan tarde a este tipo de saraos y es bueno no haber quemado todas las naves antes.
Nos tomamos dos cervezas y se me acerca un alemán gordo que quería practicar español y tiene a «Mourrrrriñññño» como tema favorito. Hice como que me llegaba un WhatsApp para quitármelo de encima a los diez minutos, pero cuando miré el móvil vi que siete gilipollas locales me habían dedicado varios «piropos» en Twitter por mi mensaje anterior. No me podía quitar de la cabeza el comentario de Lorenzo en Facebook y acabé respondiéndole: «Cómo va a ser esto como las Matruecas. Nada que ver, tronco, que eres un gilipuertas y no te enteras». Insensible…
A las dos horas de estar por allí me acerqué a una rubia que había venido y estaba trasteando con un iPhone de última generación. «¿Tienes WiFi aquí?», le pregunté y la cosa se dio para que empezáramos a hablar. Pues sí que va a ser verdad que aquí se liga… Me escaqueé a la barra y envié un WhatsApp discretamente a un amigo: «He ligao…». «Foto, foto!», me respondió. Así que me hice el medio borrachín y me tomé una foto con la chica para enviársela como quien no quiere la cosa.
Y justo en el momento de enviarla… ¡Mierda! Me quedo sin batería. ¿Dónde puedo recargarlo? Se me ocurre entonces la genial idea de hacerlo en el cuarto de baño. La necesidad agudiza el ingenio. Necesito al menos 10 minutos para poder tener algo de batería, así que me tengo que inventar algo para irme. Le digo a la tía que no me siento bien, que la comida de hoy me ha dado diarrea y que vuelvo en un rato. Conecto el cargador, lo pongo, espero, mando la foto y me llega la respuesta: «Todo un Casanova. Remata, remata!».
Pero a la salida, la chica se ha ido. También se ha ido uno de mis amigos con una de las chicas de Barcelona. La otra se ha dejado arrinconar en una mesa por un maromo local y no parece que se lo esté pasando mal. Mi otro amigo se ha quedado sólo y me quiere matar. Qué culpa tendré yo de que sea un asocial y no se lo monte bien. Idiota.
Para evitar llegar a las manos, decidimos irnos a casa. ¿Y quién salva la noche? Pues el de siempre. Pido un taxi con la app excepcional que me he bajado esta mañana y sólo tenemos que esperar en la puerta a que llegue. El muy idiota de mi compañero quiere que paremos el primero que pase, pero no puede ser. Si cancelo, me pondrán una mala review y mi reputación como usuario caerá en picado. Al final resulta que sólo tres taxis en toda la ciudad funcionan con la aplicación y tenemos que esperar 20 minutos. Lo dicho, esta ciudad no está preparada para el turismo.»
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