Después de diez días de viaje, y con algunos de los destinos turísticos obligados ya visitados, era el momento de decidir en qué ocupar parte del tiempo que aún teníamos antes de volver a Tokio. Al final nos decidimos por Takayama, buscando en las montañas un Japón menos urbano y más tradicional.
Habíamos trasladado nuestro centro de operaciones una vez más desde Osaka hasta Kyoto –no tanto por la distancia entre ambas (15 minutos en Shinkansen), sino básicamente porque nos había gustado más el hotel que habíamos tenido en la segunda (Capsule Ryokan Kyoto) que el de la primera- y teníamos con un día libre en el calendario para descubrir algún lugar más pequeño y tradicional fuera de las grandes ciudades de Japón.
Después de muchas posibilidades eliminadas, nos quedamos con dos principales: la montaña de Koya-San y el pueblo de Takayama.
Koya-San
Koya-San, por lo que nos contaban, tenía un carácter casi sagrado, llena de templos y de pequeños monasterios, ideal para quien quisiera caminar por entre la naturaleza y detenerse de vez en cuando en alguno de ellos. Está situada al sur de la ciudad de Osaka, aunque no demasiado lejos, pero los diferentes transbordos y medios de transporte requeridos hacían que el trayecto fuera de alrededor de dos horas.
En Koya-San nos contaron que la gran experiencia que se puede vivir es alojarte en alguno de los templos que lo permiten y unirte por una noche y una mañana a la vida de los monjes que allí viven. En el interior de los templos se te asignaba una habitación, se te servía una cena vegetariana y, a primera hora de la mañana, se te servía un desayuno y se te invitaba a unirte a los rezos matutinos de la comunidad. Era una opción tentadora para quien tuviera un presupuesto algo más amplio, pero –en nuestro caso- los cerca de 100 euros por persona de media que costaba el alojamiento se nos salían de presupuesto.
Takayama: viaje a las montañas
Así pues, nos decidimos por acercarnos a Takayama, una ciudad de las montañas situada en el interior de la isla de Honshu; muy popular entre los turistas, pero que requería bastantes horas de viaje desde donde nos encontrábamos. Por lo que nos contaban, la zona tenía dos puntos de interés principales: el propio pueblo de Takayama y la aldea de Shirakawa-go– situada a unos 50 minutos de autobús de la población, pero que contaba con el reconocimiento de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad-.
Ni el tiempo, ni el cansancio, ni las horas de luz nos daban para mucho turismo, por lo que optamos por quedarnos sólo en Takayama y disfrutar lo que pudiéramos del pueblo y su ambiente tradicional. Nos costó un buen madrugón y bastantes horas de tren a Takayama (con transbordo en Nagoya y un bonito paisaje) , pero finalmente decidimos ponernos en marcha hacia las montañas del interior de la isla de Honsu.
Fachadas de madera y destilerías de sake
El pueblo de Takayama en sí es realmente turístico, lo que se puede ver sin mucho esfuerzo en la principal calle peatonal del pueblo, abarrotada siempre de visitantes entre sus casas bajas de madera. Por ello, podemos esperarnos muchas tiendas, restaurantes y alojamientos destinados a los viajeros, entre ellos bastantes ryokanes de estructura muy típica.
La parte más antigua del pueblo se encuentra al este de la ciudad, una vez atravesado el pequeño río que atraviesa la zona. Junto a él, a primera hora de la mañana, nos encontramos con el mercado de productores locales donde se venden frutas y verduras de la zona, aunque en realidad hoy es más un mercadillo donde se pueden encontrar desde frutas y hortalizas, hasta dulces, pasando por artesanía para turistas. Cierra alrededor de mediodía, por lo que quien no vaya a primera hora de la mañana no podrá verlo.
La parte más antigua de Takayama se concentra en un espacio reducido, con muy pocas calles, pero repletas de edificios pintorescos de madera. Muchos de ellos datan del periodo Edo, en el siglo XVII. La calle por excelencia de la parte antigua de Takayama es la Sannomachi, siempre abarrotada de visitantes. Recta y estrecha, se prolonga por espacio de algo más de 500 metros con edificios bajos –de una o dos plantas- con fachadas de madera de color oscuro y canales de desagüe por los que circula agua que baja de la montaña.
La mayor parte de estos edificios de madera sensacionalmente conservados y restaurados pertenecen a tiendas de artesanía y objetos turísticos, fábricas de sake o algún pequeño bar o restaurante, por lo que podremos entrar en ellos libremente y ver su interior.
Las fábricas de sake –y alguna de miso- son también muy típicas de la ciudad, que tiene fama de contar con algunas de las mejores destilerías de Japón. Varias de las más populares se encuentran precisamente en la calle Sannomachi, pero no son las únicas. Suelen estar casi siempre llenas de turistas y curiosos, por lo que no es el mejor lugar para interactuar con los locales. No obstante, y dado que casi todas ellas ofrecen degustaciones de sus productos en vasos de chupito de plástico, sí que podemos ir pasando por todas ellas, ver sus botellas, probar el licor y- si nos apetece- comprarlas de recuerdo. Y, si no tenemos mucha vergüenza, también podemos alcanzar una pequeña borrachera de modo gratuito a base de chupitos de degustación.
Nosotros tuvimos la suerte de encontrarnos con una también muy tradicional y algo menos frecuentada por turistas fuera de la calle más turística de la ciudad, en nuestro camino al templo Sakurayama Hachimangu. Es más, en el momento en el que entramos estábamos solos y la dependienta pudo atendernos con muy buena voluntad, aunque con muchos problemas lingüísticos. No obstante, nos dio unos folletos en inglés que nos permitieron hacernos una idea de los diferentes tipos de sake que existen, sus variedades y particularidades, que dependen principalmente del tipo de preparación previa del arroz que lo compone. Incluso, de una manera u otra, se apañó para enseñarnos muestras del tipo de arroz del que se obtenía cada variedad.
El sake es un buen regalo para llevar a amigos, compromisos y conocidos -al menos si podemos asegurarnos de que podemos proteger la botella lo suficientemente bien en la maleta como para traerlo en el viaje de vuelta-. Encontramos desde botellas de más de un litro, hasta otras de algo menos de medio, ideales para pequeños detalles individuales. El precio dependía de la variedad, pero las más pequeñas de una variedad media podían encontrarse por poco más de 4 euros al cambio.
Completamos la visita a la ciudad con las visitas al templo Sakurayama Hachimangu y al vecino Yatai Kaikan, donde se exhiben parte de las carrozas que participan en el popular festival de otoño de la ciudad –considerado uno de los tres más bonitos del país- y con otros templos más pequeños llenos de encanto situados ya en la falda de la montaña y rodeados por cementerios casi camuflados entre la naturaleza.
Lo que nos quedó por ver: Hida no Sato y Shirakawa-go
El cansancio no es buen consejero a la hora de preparar excursiones largas y- aunque el poder ver los edificios tradicionales, el templo más importante de la ciudad y el bonito recorrido en tren ya daban por bien empleado el viaje- nos quedaron por ver otro de los atractivos de la ciudad: la aldea tradicional de Hida no Sato, un museo de casas tradicionales al aire libre situado a unos tres kilómetros del centro; y, sobre todo, las aldeas históricas de Shirakawa-go y Gokayama.
Pero hay que saber que no siempre el cuerpo tiene fuerzas para ver todo. Así que a veces es mejor dejar algo para una próxima visita y mirar hacia adelante. En nuestro caso, encarando ya la parte final del viaje: un último día en Kyoto y dos últimos días frenéticos en Tokio.
Continúa el viaje a Japón – Kyoto: Jugando al piedra, papel o tijera con los niños japoneses
Qué buenos recuerdos…
Nosotros hicimos los dos recorridos que planteas, pasar la noche en un templo en Koya-San (que, al menos, en 2006 no era tan caro en absoluto!!) y llegar a Takayama en tre.
En noviembre de 2006 nos dio la bienvenida la nieve en la ciudad!! El mayor problema era lo de descalzarse para entrar en templos y en la casa del gobernador… casi perdimos los dedos de los pies ;-p
Tampoco salimos de la ciudad, ni el museo ni el otro pueblo…