Una de las posibilidades más interesantes que nos da la red social Twitter (donde nos podéis encontrar como el usuario @voyainternet) es entablar conversaciones instantáneas con toda clase de personas, conocidas o no, de las que pueden surgir debates muy interesantes sobre los que se puede reflexionar. En concreto, el pasado jueves tuve el placer de cambiar impresiones con otros dos blogueros: Isabel (@diariodeabordo) de Diario de a bordo y Blai (@blaitc) de Una vida en mil viatges, sobre lo que supone o no hacer turismo en países gobernados por regímenes dictatoriales.
La conversación se originó por un comentario de Isabel sobre una posible visita a Myanmar, país del sudeste asiático gobernado por una junta militar, con un importante historial de violaciones de derechos humanos, como podemos consultar en el Informe 2011 de Amnistía Internacional sobre el país. Os transcribo íntegramente el intercambio de mensajes para que podáis entrar en materia.
Isabel comentó a sus seguidores:
«Tenemos dos posibilidades para octubre: #Perú o #Myanmar el que tenga el billete de avión más barato se lo lleva!»
Y yo le respondí:
«¿No os daría reparo ayudar a la dictadura de Myanmar con los ingresos de vuestro turismo? Yo me quedaría con Perú».
Ya introducidos en materia, Isabel volvió a comentar:
«Se puede ir sin dejar casi un duro a la dictadura y dejando ingresos a la gente local, que lo necesita.»
Dos tweets de respuesta:
«No comparto. Dictadura abarca TODO, incluidos ingresos ciudadanos. Cada € q llega a gobierno es € más xa represión.»
«Y hay un efecto más perverso que el dinero: Asumir situación como «tolerable», como hemos hecho en otras dictaduras»
La conversación siguió con otros dos comentarios:
«Cierto. Pero no ir supone primar de unos mínimos ingresos a una población que lo necesita.»
«Es como dar limosna o no a los niños que lo piden. Les condenas a mendigar o a pasar hambre?»
Y concluyó con dos últimas observaciones por mi parte:
«Ir supone normalizar la dictadura y contribuir al mantenimiento el status-quo y a costear la represión.»
«A niños/ciudadanos q piden/venden no se les debe dar dinero si mafia/dictadura se lo roba después. No se benefician»
Creo que la conversación es una buena manera de introducir la cuestión sobre la que quiero escribir hoy: ¿Cuáles son las consecuencias de hacer turismo en un país gobernado por un régimen dictatorial?
La buena intención no lo es todo a la hora de viajar
No es la primera vez que escucho opiniones similares, por lo que entiendo que pueden ser opiniones compartidas por buena parte de los viajeros que viajan o se plantean viajar a estos países. No obstante, soy extraordinariamente escéptico con ellas.
Hay dos ideas, sobre todo, que percibo en la conversación y contra las que me rebelo particularmente: una es el exceso de buenas intenciones sin realismo y la segunda es el mesianismo y la importancia que uno mismo se otorga a la hora de pensar en su paso por el país.
El exceso de buenas intenciones procede de una visión poco realista y excesivamente idealista del mundo y es un mal aliado del turismo. El hecho de viajar por placer, por lo general, viene asociado a sensaciones positivas y a momentos agradables. Para muchas personas es difícil de entender que lo que ellos pretenden que sea una experiencia positiva y agradable para todos pueda tener consecuencias negativas para algunas personas o sociedades.
Viajamos a una dictadura, somos conscientes de que es una dictadura, la rechazamos y tratamos de justificarnos diciendo que nuestro viaje no está pensado para favorecer a la dictadura, sino a las personas que tienen la desgracia de sufrirla. Error. Una dictadura aspira a controlarlo todo y sus turistas son un auténtico tesoro, especialmente por dos razones: Por una, por el ingente trabajo inconscente de mejora de imagen del país que realizan y, por otra, por su papel como generador de recursos económicos. El turismo es un activo que aporta elementos tangibles e intangibles demasiado valiosos como para dejarlo fuera del control de la autoridad.
Por otra parte, el egocentrismo casi mesiánico de pensar que los recursos limitados que puedas dejar en tu camino son imprescindibles o fundamentales para la supervivencia de los que allí viven cuando ellos ya tenían un modelo de vida antes de que tú fueras, lo tendrás cuando desaparezcas y lo tendrán igual aunque no vayas. Tu propina no le da la vida a nadie. En todo caso, le dará una mínima y ocasional alegría.
Un balón de oxígeno para las dictaduras
Las críticas al turismo en determinados países vienen, principalmente, por lo que le aporta en dos aspectos: recursos económicos e imagen exterior.
Los recursos económicos derivados del turismo son fundamentales para las dictaduras. Queramos admitirlo o no, cada euro que dejamos en un país, es un euro que -directa o indirectamente, costeará parte de los gastos de la represión política que se hace a sus ciudadanos-. Desde la obtención de un visado, hasta cualquier tasa que paguemos por la utilización de servicios públicos, pasando por las entradas a los monumentos nacionales. Todo ese dinero irá a parar a unas autoridades que destinarán parte del mismo a la represión. En determinados países, incluso, todas las actividades económicas relacionadas con el turismo están en manos oficiales, lo que impide que sus ciudadanos puedan beneficiarse directamente de sus ingresos. Donde no lo están, la ausencia de un poder judicial independiente lleva a una descomunal corrupción y abusos.
Pero el turismo en los países que vulneran los derechos humanos tiene aún una cara más perversa bajo el formato de la aceptación y normalización de la situación. Los países que, diariamente, se ven criticados y denunciados por todo el mundo encuentran un inesperado aliado en miles de viajeros que llegan al país dispuestos a ver su mejor cara y a volver a su lugar de origen a contar miles de sentimientos positivos. Ellos no asistirán a ejecuciones, no visitarán cárceles abarrotadas, no se encontrarán con manifestaciones en las calles porque serán convenientemente reprimidas, no verán a activistas cerca de las zonas de turismo, porque habrán sido desterrados con anterioridad. Los viajeros que visiten estos países serán expuestos al escaparate de una pastelería, con la esperanza de que vuelvan a casa hablando sólo de pasteles.
Quien viaje a estos países debe tener en cuenta que de él se desea que sea un potencial propagandista de su régimen. El simple hecho de que miles de extranjeros no duden en viajar a aquel país transmite una perversa y falsa situación de normalidad, estabilidad y tranquilidad.
Lo hacemos por sus ciudadanos…
Viajando a un país con un régimen dictatorial apoyas directa o indirectamente a una dictadura. Al menos, esa es mi postura. Pero en nosotros reside la libertad de viajar a ellos o no. Sin embargo, si lo hacemos, creo que tenemos que aceptar las consecuencias de nuestra decisión en lugar de escudarnos en justificaciones hipócritas. La más habitual de ellas, que nuestro viaje sirve para mejorar las condiciones de vida de las personas que allí viven.
Escribía Isabel en Twitter: «Es como dar limosna o no a los niños que lo piden. Les condenas a mendigar o a pasar hambre?»
Trasladémonos al cine, a la popular película Slumdog Millionaire. Allí, una mafia de la mendicidad de la ciudad india de Bombay está seleccionando niños con buena voz para cantar y mendigar. Para aumentar sus ingresos, la mafia ciega intencionadamente a los niños seleccionados. La ceguera lleva a más compasión, la mayor compasión a mayores ingresos y los mayores ingresos… a un mayor enriquecimiento de la mafia. El niño mendigo y ciego no ha ganado nada. Ha sido vilmente utilizado.
El argumento «yo no ayudo a la dictadura, sino que ayudo a sus ciudadanos» es una trampa para personas bienintencionadas que las dictaduras no han dudado en utilizar a su favor. En muchos países, los beneficios de la actividad turística quedan en empresas estatales. En otros, directamente, van al bolsillo de la élite corrupta de turno. Las migajas quedan en la población, pero el grueso de los beneficios escapa de ella.
La realidad es que recibir a turistas es un riesgo demasiado grande como para que una dictadura acepte asumirlo sin control. ¿Qué supone esto? Supone que todo se enfocará al fin económico y de imagen esperado. Todo estará enfocado al turista. Si hace falta construir, se construirá en el sitio que más convenga a la actividad; si para ello hay que destruir comunidades, desplazar a personas o, incluso, acabar con ellas, se hará. Si hace falta acabar con la pequeña delincuencia, los actos de pillaje o los vendedores ambulantes, no habrá ningún juez que se atreva a denunciar torturas, palizas o asesinatos que sirvan como escarmiento o aviso a navegantes. Si no podemos arriesgarnos a que una manifestación política estropee nuestra imagen, desterramos a los problemáticos y encarcelamos a quien pueda convocarla. Si el turista tiene miedo por su seguridad, vallaremos sus playas y complejos para que nadie pueda molestarles.
Y, si quieres, prueba por un solo momento a salirte de ese escaparate idílico que te preparan. Prueba a sacar por un momento la vista de ese escaparate de pastelería del que hablábamos antes. Conoce la experiencia de pasar una noche en una comisaría por estar en el sitio equivocado en el momento equivocado y la mirada de reproche del empleado de la Embajada que vaya a sacarte del lío que parece decirte «por qué no te quedaste en el resort, como todos los demás…»
O entabla una relación de buena voluntad con una familia local, sin preocuparte de lo que hagas o digas posteriormente sobre tu paso por el país. Vuelve a casa, enseña a los amigos tus fotos con ellos, la cena que te prepararon y las cervezas que compartisteis y escribe en tu blog los horrores que el padre de familia sufrió en su última detención. Ilústralo con su foto y su nombre completo, para que lo sepa todo el mundo. Al fin y al cabo, no será a ti a quien vayan a interrogarte luego para preguntarte quién eras, qué hacías y qué les habías dicho. Al fin y al cabo, no serás tú quien reciba las consecuencias de las sospechas de un régimen en constante amenaza.
Somos españoles. Nosotros deberíamos saber mejor que nadie qué supone el turismo en una dictadura porque lo vivimos durante muchos años. En nuestro caso, el turismo masivo de sol y playa supuso una mejora económica general del país, pero fue un aliado inesperado de la dictadura. La entrada masiva de dinero sirvió para afianzar económicamente el régimen dictatorial y facilitó que se reforzara y transformara. Pero, sobre todo, sirvió para dulcificar y teñir de sol, playa y fiesta la imagen de un régimen dictatorial, opresor y represivo en toda Europa. Por su parte, en España, aquel desarrollo turístico bajo una dictadura sirvió también para fomentar la corrupción, crear fortunas obscenas y facilitar un desarrollo urbanístico que no se detenía ante nada si la posición de los interesados lo merecía.
Y aquellos turistas convirtieron un país dictatorial en un paraíso de sol y playa con un general gordito cualquiera al mando.
Igual de español que era aquel del que me hablaron que, tumbado en una piscina de un hotel de lujo de La Habana con un mojito en la mano, abrió la boca y dijo:
«Es una pena que, cuando Fidel ya no esté, esto ya no será lo mismo».
Hazlo, pero asúmelo
Nadie es quién para decirnos dónde, cómo y por qué tenemos que viajar. Nadie tiene autoridad moral para decirnos qué es correcto en nuestros viajes o qué no lo es. Ahora bien, nosotros debemos ser lo suficientemente realistas y maduros para cargar con las responsabilidades que tienen nuestras decisiones a la hora de viajar.
Todos nosotros, todos, nos podemos plantear sin remordimientos la compra de un iPhone hecho en China por trabajadores explotados en pésimas condiciones. Todos nosotros, todos, nos hemos puesto alguna vez una prenda de ropa fabricada en un taller donde es posible que hayan trabajado niños en jornadas agotadoras. Todos nosotros, todos, hemos utilizado algún aparato electrónico que haya utilizado elementos derivados del coltán, sin querer saber la violencia que provoca su control.
Nos lo recuerdan de vez en cuando y, como mucho, nos dará una punzada la conciencia, nos encogeremos de hombros y no diremos nada, aunque lo asumiremos como normal.
Entonces, ¿por qué querer revestir el turismo de justificaciones inútiles? ¿Por qué no aceptamos de una vez que no todo es un cuento de hadas de color de rosa a la hora de desplazarnos a otros lugares? ¿Hay algo que imponga que todo lo relacionado con nuestros viajes tiene que ser siempre beneficioso para nosotros y el mundo que nos rodea? ¿Por qué buscar justificaciones forzadas cuando en casos similares asumes que has valorado más los beneficios que te aporta a ti que los perjuicios que podría suponer para otros?
En Twitter, tras la conversación lancé un mensaje que creo que podría ser también una buena conclusión para este artículo:
«El viajero no es siempre una bendición. Asume que tu presencia en un lugar puede tener puntos negativos, resígnate, minimízalos y disfruta».
Ni sí, ni nó. Todo lo contrario. España, hace no más que 40 años, estuvo en la misma situación.
La apertura al turismo, nos mostró a los cazurros y alienados españolitos «de a pié»otras formas de vivir (vestido, comida, costumbres) y, ante todo, de pensar (la omnipotente «filosofia» catolico-franquista no era la única y verdadera). Las «propinas», que no los salarios de los caciques-patrones, nos permitieron acceder a artículos (prendas «modernas», mejor alimentación y hasta el «600» y el «pisito») y, sobre todo, escolarización de los hijos (entre otros, yo mismo) más allá de la «primaria» y soñar que, con esfuerzo pero sin pausa, los hijos, algún día, ascenderían a la clase media (o más arriba). Impensable una década antes.
Estas «mejoras» vivenciales nos abrió los ojos, permitió la concienciación de las clases medias y medias-bajas, el sindicalismo, el enfrentamiento al poder y obligó a este a aflojar, si quería dar a los suecos, alemanes, franceses, .. una imagen «moderna» que les «invitara» a invertir en nuestro país (La que llamamos «Era Fraga»).
Y, tragaron con los Beatles, esos «peludos», a pesar del «rebote» que se pilló la peña «católico-apostólica».
La dictadura, poco a poco, tuvo que aflojar y fué «perdiendo fuelle»
De entonces en adelante, ya sabeis lo que ha pasado (No solo gracias al turismo, que considero fué el primer paso).
Son mis vivencias y es mi opinión.
Por otro lado, un artículo interesante. Grácias.