Osaka fue una ciudad que nos dejó algo fríos desde el suelo, pero nos maravilló desde las alturas y en detalles concretos. Fue allí donde disfrutamos de la impresionante vista al atardecer desde el Floating Garden, el mirador del edificio más alto de la ciudad, que nos deparó un increíble espectáculo de colores rojizos de la puesta de sol sobre la bahía de Osaka y el río Yodo y sus numerosos puentes.
El atardecer es el mejor momento del día para disfrutar de las vistas desde lo más alto de las ciudades japonesas. Si en Tokio habíamos vivido la experiencia de la Tokyo Tower a media mañana, donde todos los edificios y paisajes se distinguen claramente, la experiencia de Osaka perdiendo la definición de sus edificios con la penumbra de la noche genera otro tipo de sensaciones a quien la contempla. Quizá la propia Tokyo Tower o el observatorio de Roppongi Hills, ambos en Tokio, puedan proveer al visitante de imágenes similares, pero -en nuestro caso- la visita al edificio indicado en el momento perfecto nos llegó en Osaka.
Fue una recomendación personal del recepcionista de nuestro hotel y una combinación de suerte la que nos permitió regresar de Nara en el preciso momento del día en el que comenzaba el espectáculo natural del atardecer. El observatorio Floating Garden está situado en la azotea del moderno edificio Umeda Sky, a unos 10 minutos a pie de la estación de ferrocarril y nos permite ver la ciudad de Osaka desde 170 metros de altura, con un mirador al aire libre por un precio aproximado de 7 euros al cambio que, realmente, mereció la pena.
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Desde lo alto del edificio podemos tener una vista privilegiada de la ciudad de Osaka: desde los rascacielos del centro de la ciudad, hasta las zonas algo más vacías de la zona del río o la bahía, pasando por las dos enormes norias que dominan la ciudad o la ordenadísima locura de trenes de cercanías que entran y salen de la cercana estación de ferrocarril del centro de la ciudad con destino a la del Shinkansen.
Y, cuando después de mucho tiempo –ya entrada la noche y finalizado el espectáculo del atardecer-, nos pareció suficiente contemplación de la vista, bajamos al piso inmediatamente inferior y, en una barra situada frente a la cristalera desde la que veíamos todo el norte de la ciudad, nos dedicamos a ver pasar las luces de los trenes cruzándose sobre un puente de la ciudad con una cerveza en la mano, mientras a nuestro alrededor hacían manitas varias parejas.
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